HISTORIA DE ASTURIAS Y GIJÓN
Los Astures
Fueron un antiguo pueblo que habitaba el noroeste de la península ibérica y cuyo territorio comprendía, aproximadamente, la comunidad autónoma de Asturias, las provincias de León, Zamora, la zona oriental de Lugo y Orense y parte del distrito portugués de Braganza. Se considera que el origen y formación de esta cultura radica, entre otros aspectos, en la mezcla de una población autóctona, con grupos de población llegados de la zona centroeuropea. Se trataría de grupos de comunidades locales, organizados según los valles y unidades menores del territorio. De dudosa filiación lingüística, hay una clara presencia de términos relacionados con el grupo céltico indoeuropeo.
Tenían por vecinos a los galaicos, cántabros y vacceos. Se han conservado algunos de los rasgos astures, como el sistema de poblamiento denso y disperso basado en aldeas autosuficientes y la explotación colectiva de la tierra.
Astures pueblo del Imperio romano
Población: 240.000 individuos libres.(Convento Asturicense,siglo I).
Idioma: Celta y lusitano.
Fronteras: Galaicos al oeste, cántabros al este, Vacceos este y sureste, Vetones, al sur.
Fronteras actuales: Asturias, León, parte de Zamora, Orense, Lugo y noroeste de Portugal.
Ciudades: Gigia
Historia de una ciudad: Gigia (Gijón), Lancia, Nemetóbriga, Noega, Bedurnia, Bergidum, Brigaecium, Intercatia y Curunda.
Al igual que la mayoría de los pueblos, el origen de Asturias se pierde en la noche de los tiempos. De la historia de Gijón, la antigua Gigia o Noega, según las crónicas, era, junto con Lancia, la ciudad más importante de los astures. Dicen los historiadores romanos: «Esta tierra se encuentra fortificada por poderosos elementos naturales, montañas de agreste relieve y un mar poderoso que golpea contra sus costas».
Hallamos, por primera vez, mención de estas tierras en Plinio. Los restos que nos quedan de aquellos tiempos son estructuras megalíticas. En Asturias, reciben el nombre de mámoas o mámulas, ya sea por la forma semiesférica de algunas recordando un pecho de mujer, o por las inscripciones y dibujos que se asemejan a ídolos representativos de «madres». También reciben el nombre de «cuturullos».
Cada megalito compone una arquitectura que parece concebida precisamente para llamar la atención en su entorno y que contrasta con la supuesta débil construcción llamada de los «vivos». El interés que se despierta de su estudio no se agota en su destino (funerario, simbólico, religioso, mágico y místico en definitiva).
Los cronistas e historiadores romanos dicen, de los habitantes de estas tierras, que eran gentes de indómito valor; jamás doblaron la cerviz ante el enemigo ni fueron domados por palabras engañosas. Según Estrabón, «la nación más valiente en que se dividía España era indudablemente la de los astures». Lucio Floro nos dice que la región astur era extremadamente montañosa, y que se hallaba dividida en diferentes naciones o repúblicas como los brigecios, los bedunenses, los arniacos, los lungones, los saelinos, los superacios, los amacos, los tiburros, los gigurros, los paesicos y los coelas, con lo que convienen también Plinio y Tolomeo. Estrabón afirma que la sociedad astur estaba formada por «gentilicias», es decir, individuos o grupos que compartían un parentesco en mayor o menor grado, y tenían sus propias tierras y ganado de propiedad comunitaria, sus propios Dioses protectores, ritos y ceremonias.
Estas sociedades reservaban un papel preponderante a la mujer. Las hijas heredaban los bienes, y el varón era el que tenía que aportar la dote al matrimonio. Estos rasgos de tipo matriarcal conviven con otros que ya indican la transición de estos pueblos hacia la sociedad patriarcal, proceso que se aceleró después de la conquista romana. También relata Estrabón que tenían una poesía épica muy desarrollada, composiciones transmitidas por tradición oral, declamadas en las ocasiones solemnes por una especie de bardos.
Los aspectos más importantes de estos pueblos eran la religión y la guerra. En las fiestas bailaban al son de una flauta y trompetas, y en las noches de plenilunio se celebraban grandes danzas en las que intervenían todos los habitantes del poblado, danzas religiosas en honor a un Dios desconocido, cuyo nombre no podía ser pronunciado. Rendían culto a la Naturaleza, a las fuerzas y potencias telúricas de la tierra, una Naturaleza viva a la que estos pueblos estaban íntimamente unidos. También mencionan los antiguos cronistas que era un pueblo feliz, risueño y alegre, y expresaban su felicidad realizando fiestas y reuniones donde se unía todo el poblado y compartían danzas, bailes, cantos y narraciones de hechos heroicos.
Era pasmosa su destreza en disponer emboscadas y en adivinar y eludir los lazos que se les tendían. Eran robustos, ágiles y sueltos, ejecutaban sus evoluciones guerreras con rapidez y orden. Según Josefo, general romano, «los astures son guerreros hasta el delirio». Así que, cuando llega Roma con su poder civilizador, se encuentra con un pueblo difícil de someter. Tanto los hombres como las mujeres sostuvieron una lucha desesperada contra las legiones romanas.
Las deserciones romanas se multiplicaron, viéndose el César en la triste misión de marcar con el estigma de cobarde toda una legión nombrada Augusta, haciéndole perder el honor que había conquistado en lejanas tierras. Profundamente disgustado Augusto, por estas dificultades, en el año 22 antes de Cristo, nombró, al frente del ejército que luchaba contra los astures, al general C. Antistio, y éste logró conseguir finalmente la victoria. Agobiados por tantos reveses, los astures se refugiaron en el monte Medulio, y allí fueron a buscarles los ejércitos de Carissio y Furio, que, a fin de imposibilitarles la fuga, rodearon la montaña con un gran foso, en cuya construcción se empleó bastante tiempo. Reducidos, entonces, los astures al último grado de estrechez, prefirieron sucumbir antes que rendirse. En efecto, después de incendiar fortuna y hogares, unos se arrojaron a las llamas y otros, después de consumir en un festín, las muy escasas provisiones con que, en su extremada penuria, aún contaban, se envenenaron con jugo de rama de tejo; así es que fueron escasísimos los que quedaron prisioneros. Las mujeres mataron a sus hijos antes de que cayeran en manos de sus enemigos. Relatan varios autores que, aun crucificados, cantaban alegres canciones de victoria.
Si Gijón fue ciudad o villa tampoco está bien demostrado, pues al paso que los autores antiguos le conceden la primera categoría, los modernos le adjudican la segunda. En cuanto a su fundación, de acuerdo todos los historiadores en considerarla como población de gran importancia al advenimiento al trono de Augusto César, discrepan en lo relativo a su origen primitivo. Una crónica de Melafón, historiador del año 200 antes de Cristo, dice así: «Costeando la ribera del mar del Norte se ven fértiles valles y en ellos algunas poblaciones; de éstas es la ciudad de Gigia la más conocida, colocada sobre la eminencia de un cerro, casi rodeada de mar en el centro de una ensenada». Hay quien sostiene que la fundación de Gijón se debe al famoso rey Gerión, cuya existencia y la de su dinastía por esta tierra atestiguan algunos manuscritos, según afirma P. Sota en sus Crónicas de Asturias.
Las ciudades más importantes, antes de la conquista romana, eran Gigia y Lancia. Según los historiadores romanos, en torno a Gigia se extendía un bosque sagrado, en el que sus habitantes se reunían en días determinados para celebrar los misteriosos ritos de una religión desconocida, que algunos opinan fuese la de los druidas, aunque otros afirman que adoraban a un Dios Creador único, entonando en su obsequio cantos de amor al Sol, la Luna y las Estrellas. Las antiguas costumbres de los habitantes de esta ciudad son tan semejantes a las de los primitivos escitas, que, no sin fundamento, se emite la opinión de que eran descendientes de aquella raza asiática.
Estos antiguos gijonenses se dedicaban principalmente a la ganadería, criaban sobre todo bueyes, vacas y cerdos. También los caballos estaban sumamente extendidos, según el testimonio de Estrabón, Marcial, Séneca y otros escritores; su hermosura y agilidad resaltaban en alto grado y eran muy apreciados por los romanos, que los llamaban asturcones. Más tardíamente, se dedicaron a la metalurgia del hierro, bronce, plata y oro. Parece ser que los fenicios, cartagineses y otras naciones comerciaban con los astures en el puerto de Gijón, unos y otros atraídos por sus ricos metales, la abundancia de maderas y la exquisita calidad de las piedras de sus canteras.
Grande debe haber sido el esplendor de Gijón durante la época romana, así lo atestiguan numerosas ruinas y vestigios que aún se conservan. Consideró el Senado romano la conquista de Gijón como una de más insignes victorias que alcanzaron sus armas, otorgando los honores del triunfo a Sesto Apuleyo, merced tan señalada que sólo se concedía por hechos memorables. En agradecimiento, Apuleyo erigió un monumento para señalar su victoria y el último límite del Imperio en el oceáno, dedicado a Júpiter, cerca del fondeadero de Torres, donde había estado con su escuadra, cuando sucedió la toma de Gijón. Plinio, efectivamente, afirma: «En la península hay tres aras sestianas dedicadas en honor de Augusto». Pomponio Mela también las describe. Estas tres aras, según el P. Mariana, eran tres grandes pirámides parecidas a las de Egipto, huecas, con escaleras de caracol, que llegaban hasta la cumbre.
Hoy no quedan casi señales de su grandeza pasada, ya que, en diversas ocasiones, la ciudad sufrió grandes incendios, quedando arrasada, aunque nuevamente se levantó de entre sus cenizas.
La ciudad de Gijón tiene su origen y desarrollo a partir del peñón, auténtica fortificación natural, rodeada de arenales, pantanos, pedreros y acantilados, muy cerca sus suaves colinas, hacia ellas se ha ido abriendo la ciudad como un abanico, a partir de su pequeña península y sus primeros barrios extramuros donde sumar siglos, se quedó el sabor gijonés.
Las recientes excavaciones arqueológicas de la Campa de Torres, que es, como su nombre indica, el promontorio del cabo Torres, que se encuentra entre el Puerto de El Musel y la ría de Aboño, el Monte Areo, nos acercan a la dimensión de la comarca de Gijón, en la antigüedad, pero, en la propia ciudad, sólo quedan las partes, bajo el nivel del suelo, de lo que fueron unas termas romanas. Todo lo demás que hubiere habido, antes de finales del siglo XIV, excepto su puerto, fue quemado y arrasado, quedando la ciudad desierta, tardando un siglo en que, por orden real, fuera reconstruida de nuevo.
Aprovechando el estrechamiento de la allanada que formaría la parte más alta del brazo de tierra que entra en el mar, las excavaciones nos muestran restos de foso, murallas y puestos de guardia (datados entre los siglos VI-V a.C.) que nos preparan para imaginar las buenas posibilidades de habitabilidad, junto con el exagerado valor defensivo del lugar, pues sus escarpados acantilados lo hacen inexpugnable, sin ni siquiera acceso al mar, pudiendo defender un gran espacio, controlando un pequeño paso, y es un poco más a delante de la entrada, van apareciendo restos de edificaciones y pozos de agua, y poco más se puede decir, pues los estudios no han hecho más que comenzar y es muy poco lo excavado.
El Monte Areo, enclavado entre los concejos de Gijón, Carreño y Llanera,muy cerca de la Campa de Torres, es una necrópolis con más de 30 túmulos censados, 4 de los cuales han sido excavados.
Pero, lo que más llama la atención de este paraje es que, una gran parte de la cresta de la montaña es tan llana y nivelada, pero esta nivelación tan perfecta es imposible que se forme de una manera natural.
EL NOMBRE DE GIJÓN
El grafismo, tal y como lo conocemos hoy en día, aparece, por primera vez, en el año 1288, por una merced expedida en Burgos. En los intentos de buscar una referencia histórica que diese nombre a la población que fuere Gijón en época romana, Noega y Gigia son las más empleadas. También son muy nombradas las Aras Sextinas, consagradas al emperador Augusto por Sexto Apuleyo, que estarían en la Campa de Torres.
La mejor muestra de restos romanos serían las Termas del Campo Valdés en el muro de San Lorenzo, al lado del Ayuntamiento. Datan de los primeros años de nuestra era y sólo queda la parte subterránea, que pertenecería a una gran villa romana. Si de los romanos hay poco, menos aún de los pueblos bárbaros y son las crónicas de la reconquista, que colocan al gobernador musulmán en Gijón, de donde partiría con la tropa que perseguiría a Pelayo hasta Covadonga. Los normandos ya desearon apoderarse de Gijón, sin lograrlo, en el año 822 bajo el reinado de Ramiro.
No hay más noticias hasta el siglo XIV, donde aparece el primer Trastámara, Don Enrique, llamado el Bastardo y el de Las Mercedes, conde de Trastámara y de Gijón. Desde entonces, se dio a Gijón como plaza desaparecida hasta bien entrado el siglo XVI. Durante el siglo XV y XVI la villa fue creciendo poco a poco, creando barrios extramuros. En 1618, había suficientes casas, fuera del barrio de pescadores, como para que comenzara a llamársele de “cima de Villa”. En el siglo XVII, aparece la villa representada en el croquis del licenciado Fernando de Valdés, que le envió a Felipe IV en 1635.
En el siglo XVIII, se registra un hecho trascendental para Gijón, en enero de 1744 nace, en la villa, Gaspar Melchor de Jovellanos y Jove Ramírez, cuyos trabajos en política nacional sólo son la cúspide de una vida dedicada al bienestar de la sociedad. Fueron tan variados e intensos sus estudios y logros, que referiremos los principales respecto a Gijón. En 1872, cuando ya era consejero de S.M., presenta al ayuntamiento, su plan de mejoras, de carácter urbanístico, proponiendo muros de defensa, nuevas calles, un nuevo plano de la ciudad, y la plantación de numerosos árboles. Por los yacimientos de hierro, piensa en esa industria para convertirlo en acero. También propone activar el comercio de pescado y crear buenos marinos para la exportación del carbón, y para ello:
- Fundó la Escuela de Náutica en 1793
- Fundó el primer Instituto Español, inaugurado en 1794. Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía.
- Ideó la construcción, y después dirigió, de un Camino Real que uniese Asturias con la Meseta, por Pajares.
- Ideó la construcción del puerto de Gijón, rematando con el proyecto de El Musel.
Su vida fue una lucha contra el atraso, la pobreza, la ignorancia, el fanatismo y la intolerancia. Siempre que, desde el gobierno, se planteaba un problema, se le encomendaba a Jovellanos el estudio y planteamiento de sus posibles soluciones. Muy tristes sinsabores, se abatieron sobre Jovellanos, al final de sus días, como se desprende de sus últimos escritos, pero el mayor fue el de sentir inútil el tremendo esfuerzo que realizó.
LA INVASIÓN NAPOLEÓNICA
El pueblo de Gijón, fue el primero de toda España en levantarse contra la autoridad francesa, ocurrió el 27 de abril de 1808, y tal fue el tumulto que el propio cónsul francés tuvo que pedir amparo a la corporación municipal. Las tropas invasoras permanecieron hasta el 21 de enero de 1811, con su secuela de represalias, hambre, etc.
LA DIVERSIFICACIÓN INDUSTRIAL Y EL CAPITAL INDIANO
A finales del siglo XIX, la diversificación industrial en Gijón era importante, y buena parte de las grandes empresas como la fábrica de vidrios “La Industria”, fundada en 1843, la de loza “La Asturiana”, 1876, la siderúrgica de la sociedad anónima Moreda y Gijón, 1879, o la Refinería de Petróleo de Rufino Martínez y Cía, 1890, tendrían continuidad a lo largo de la centuria posterior.
El auge inversionista del cambio de siglo y la revalorización de los terrenos próximos al futuro puerto de El Musel, extendería el establecimiento de nuevas industrias hasta el barrio de La Calzada. Así, en 1899, comenzaba a funcionar La Algodonera; al año siguiente se inauguraba la fábrica de vidrios, “Gijón Fabril”, y la Compañía Gijonesa de Hilados y Tejidos, y en 1901, entre otras, la Fábrica de Sombreros del Crédito Industrial Gijonés.
De toda esa variedad industrial, el comercio marítimo y la navegación constituían una de las más relevantes actividades, dando lugar al nacimiento de un nutrido sector de la burguesía comercial en Gijón, que constituyó la base para la formación de una clase acomodada que dotaría a la ciudad, no solo de equipamientos e instalaciones industriales, sino también de nuevos espacios públicos y de ocio.
El tráfico marítimo era intenso, varias líneas de vapores tenían establecidos servicios regulares desde Gijón a puertos nacionales y extranjeros, como los de Marsella, Liverpool, Amberes o Bremen.
La importancia mercantil e industrial de la “villa de Jovellanos”, determinaría el establecimiento, en 1884, de una sucursal del Banco de España, y, poco tiempo después, la confluencia de intereses permitiría paralelamente la creación y desarrollo de entidades financieras locales. Así, el 20 de octubre de 1899, nace el Banco de Gijón, fruto de la trasformación en sociedad anónima de la Casa de Banca Florencio Rodríguez, que, a su vez, había sido fundada en 1894 por éste, a su regreso de Cuba.
El banco se asentó sobre los caudales de ultramar, controlado, tanto en la presidencia como en el consejo de administración, por quienes tenían negocios a uno y otro lado del Atlántico. Un caso especial entre las entidades financieras asturianas, fue el Crédito Industrial Gijonés, que surgió en 1900, y pese a su corta existencia, se convertiría en la sociedad de promoción industrial más dinámica e innovadora que tuvo Asturias. Fue concebido como cabeza visible de un diversificado complejo industrial y mercantil, que se articulaba en torno al Puerto de Gijón, como punto de destino y redistribución, de la riqueza hullera regional. Proyectado y dirigido, en sus aspectos técnicos, por Luis Adaro Magro. Lo componían inversores extranjeros, vascos, así como destacados industriales y comerciantes asturianos.
Aún con la influencia inversora que siguió a la repatriación de capitales “indianos”, la economía regional llegó, sin embargo, a entrar en una fase de lento crecimiento. La celebración de la Exposición Regional en Gijón, en el verano de 1899, supondría la presentación, ante el público asturiano, de la importancia y el desarrollo mercantil e industrial de la región. En 1904, Gijón contaba con 148 instalaciones fabriles, muchas de las cuales no pudieron resistir la crisis posterior, viéndose abocadas al cierre.
CINEMATÓGRAFOS EN GIJÓN
La primera proyección de cine, en Gijón, fue un 12 de Agosto de 1896, en el antiguo Teatro Jovellanos, que, actualmente, es la Biblioteca Pública, que también lleva el nombre del ilustrado gijonés. Una placa en la entrada del edificio nos recuerda este hecho. Posteriormente se proyectaron con un cinematógrafo Lumiere las primeras películas grabadas en Gijón: Vista de un rompeolas, tomada desde el cerro de Santa Catalina, y Vista del Campo Valdés, tomada a la salida de la iglesia de San Pedro. Con las proyecciones convertidas ya en una tradición, en agosto del año 1900, se instalan en Gijón cinematógrafos en barracas.
En 1910, se abre al público el primer edificio construido para albergar un cine, el Versalles, que más adelante cambiaría el nombre por Goya. Este cine se cerró en 1981 y el edificio, del que se desconoce el nombre del arquitecto, se derribó en 1987. Actualmente, ese antiguo espacio cinematográfico lo ocupa un Hotel, el Hotel Begoña.
Manuel y Juan Manuel del Busto firmarán los edificios de la mayoría de los cines gijoneses. Suyo es el Cine Avenida, conocido en principio como Cine Astur. Las obras se iniciaron en 1934, en la esquina de la calle Álvarez Garaya con la de Libertad. De estilo racionalista, el edificio fue derribado en 1970.
Al igual que el Cine Avenida, el María Cristina, pertenecía a la empresaria Consuelo Laca, quién bautizó el local con el nombre de su nieta y, al mismo tiempo, homenajeaba a la reina, a la que admiraba. Manuel del Busto aprovechó la fachada principal del inmueble, de estilo decimonónico, que originalmente ocupaba el número 54 de la calle Corrida. El edificio se construyó en 1938 y era capaz de albergar a 646 espectadores. No pudo ser inaugurado hasta el año 1943, como consecuencia de la Guerra Civil. Desaparece en 1993, derribado en 1996, aunque conserva la fachada, y pasa a formar parte de un edificio moderno.
GIJÓN NOTICIAS VARIAS
Los calderones en la playa
En 1857, el 8 Septiembre, los vecinos de la villa, unos 10.000, en aquel momento, presenciaron un espectáculo curioso y por demás interesante, a la vez que aterrador, cuya explicación jamás se llegó a conocer, que fue la invasión de la Playa de San Lorenzo, de unos cientos de calderones, familia de los delfines. Los calderones solían presentarse por el verano en las costas asturianas en busca de comida, cefalópodos, sardinas, bocartes, caballas y agujas.
Los vecinos se dirigieron hacia la plaza para ver como un ejército de calderones, abordaron la playa de San Lorenzo, hasta quedar en seco, y se podía ver a la gente del mar provistos de hachas, cuchillos, martillos y demás herramientas acometiéndolos y dejándolos muertos.
Los mamíferos se defendían con sus aletas y su feroz boca, pero la gente, lejos de amedrentarse, arremetía con más ímpetu, decidiendo el gobernador militar enviar soldados de refuerzo para aumentar la matanza que, al final, llenó la playa desde San Pedro al Piles.
De los calderones sacrificados, se aprovecharon los dientes y se quemaron algunos para utilizar sus grasas, pero la mayor parte acabó enterrado en las huertas al comienzo del Barrio de la Arena.
Habitantes
- Gijón, en 1850, tenía 9.000 Habitantes
- En 1892, tenía 32.000 Habitantes
- En 1900, tenía 42.000 Habitantes
Isabel II visitó Gijón en 1852 y 1858
El piloto Garnier voló en Gijón en el año 1910. En una copia de película hecha en ese momento se puede ver a Laureano Vinck de “copiloto”.
Después de la cesión, del estado español, a los británicos de Gibraltar, los militares ingleses idearon un plan para apoderarse, de lo que consideraban el Gibraltar del Norte, Gijón, pero no lo consiguieron.
Gijón, en asturiano Xixón, es una ciudad española, con la categoría histórica de Villa, capital del concejo del mismo nombre.
Está situada en la costa del Principado de Asturias. Comunidad Autónoma, de la que es su municipio más poblado, con 279.691 habitantes en el año 2014.
Gijón es, además, una parroquia del concejo, cuya única entidad singular es la localidad homónima y es además conocida como la capital de la Costa Verde.
Se sitúa en la zona central-superior de Asturias, a 28 Km de Oviedo y 26 Km de Avilés, formando parte de una gran área metropolitana, que abarca veinte concejos del centro de la región, vertebrada con una densa red de carretas, autopistas y ferrocarriles, y con una población de 835.053 habitantes en el año 2011, que la convierten en la séptima de España por población.