LIBROS VINCK
Editados por Silverio Cañada en 1992 y confeccionados con la colección de fotografías y de postales propiedad de Octavio Vinck Díaz.
Los títulos son: ASTURIAS FOTOS Y RETRATOS DE LAUREANO VINCK, GIJON, OVIEDO Y ASTURIAS
ASTURIAS FOTOS Y RETRATOS DE LAUREANO VINCK
- LAUREANO VINCK
- LAUREANO VINCK
- LAUREANO VINCK
GIJON
- GIJON
- GIJON
- GIJON
OVIEDO
- OVIEDO
- OVIEDO
- OVIEDO
- ASTURIAS
- ASTURIAS
- ASTURIAS
© Silverio Cañada, Editor Honesto Batalón, 7. Gijón Fotolitos:
Fotomecánica Asturiana. Gijón
Composición: AZ Fotocomposición, S. Coop. Ltda. Oviedo
Impresión: Salingraf, S.A.L. Bilbao ·
Papel: Celupal, S.A. ISBN: 84-7286-331-X
Depósito legal: BI-1.719-1992
TEXTOS DE LOS LIBROS Y SELECCION
Javier Rodríguez Muñoz
NOTA: La totalidad de las fotos y postales reproducidas en estos libros pertenecen a Octavio Vinck Díaz, nieto del fotógrafo, que conservó lo que el incendio del estudio durante la Guerra Civil no destruyó y, además, tras una paciente labor de años ha conseguido recuperar una parte importante de la obra fotográfica de su abuelo. Su colaboración ha hecho posible estos libros, no sólo al proporcionar los originales fotográficos que han servido de base al mismo, sino por su apoyo y orientación en toda la realización. Sirvan estas palabras de agradecimiento y reconocimiento de la deuda contraída con él.
TEXTOS DE LOS LIBROS
TEXTOS DEL LIBRO ASTURIAS FOTOS Y RETRATOS DE LAUREANO VINCK
Desde comienzos de la segunda década de este siglo, el fotógrafo Laureano Vinck adquiere una creciente popularidad, al aparecer la firma «Vinck. Photographe artistique» impresa en el dorso de numerosas series de postales que, editadas en Gijón, se distribuyen por toda Asturias y pasan al otro lado del Atlántico, donde son recibidas con añoranza por los emigrantes asturianos. El Comercio de 9 de mayo de 1912 recogía la noticia de la realización por Laureano Vinck de una magnífica colección de postales con vistas de Gijón, que iban destinadas al Centro Asturiano de La Habana para la publicación en un álbum por esta entidad.
Laureano Vinck Carrió (1886-1963) había nacido en Gijón, siendo sus padres Luis Vinck Huart y Concepción Carrió. Su padre había llegado a Gijón en1860 para trabajar en la fábrica de vidrios de «La Industria», fundada en 1844; era oriundo de Avesnes, en la municipalidad de Sars-Poteries, departamento de Nord, región fronteriza entre Francia y Flandes, donde existía la gran vidriería de Val Saint-Lambert (Bélgica). El apellido Vinck es, al parecer, de origen suizo y responde a una tradición allí muy arraigada de educación de los pinzones para el canto, significando Vinck precisamente «pinzón».
Laureano Vinck se inició en la fotografía a los catorce años, aun que se desconoce dónde y cómo realizó el aprendizaje fotográfico. Entre su familia se conserva la idea de que su formación fue autodidacta, como la de muchos aficionados de fines del siglo pasado, facilitada quizás por su conocimiento de la lengua francesa, en la que se editaban revistas de técnica fotográfica. Posiblemente haya perfeccionado sus conocimientos en compañía de Julio Peinado (1869- 1940), fotógrafo oriundo de Valladolid con quien le unieron lazos de amistad y con el que participó en alguna aventura cinematográfica, como· en la cinta titulada «Robo de fruta», cuya acción transcurría entre Somió y el puente de Viñao, pasando por las quintas de los señores Bustillo y Pidal, película que fue estrenada en el «Salón Luminoso» el 22 de julio de 1905.
De cualquier forma, en los años finales de siglo, el arte fotográfico ya había conseguido una gran implantación en Gijón. Un gabinete fotográfico funcionó, con gran éxito, entre las instalaciones de la gran Exposición Regional celebrada en la villa gijonesa en 1899. Y por aquellas fechas ya contaba la ciudad con varios fotógrafos acreditados. Ricardo del Río, que tenía estudio en la calle Libertad, 43, es el autor de varias de las fotografías conocidas de la magna Exposición. También Arturo Truán Vaamonde publicó una decena de foto grafías con motivos de la Exposición en la madrileña revista Blanco y Negro (1899) y también otras fotografías en un extraordinario ilustrado de El Comercio, editado con motivo de la Exposición. Otros fotógrafos del momento eran Enrique Marquerie, instalado en la calle de San Bernardo, 61, y Julio Peinado y Laverdure, que atendían el Salón Electro Fotográfico en la calle de Corrida, 37.
Laureano Vinck estaba instalado en el paseo de Alfonso XII (Begoña), 30. El portfolio Gijón. Verano de 1913 anunciaba su estudio fotográfico en los siguientes términos: «Vinck. Montado con todos los adelantos modernos. Amplia galería. Rico tocador. Procedimiento a la acuarela. Al carbón. Celoidinas. Platinos, etc., etc. Especialidad en retratos de niños, y la gran ¡Fotografía viva! única en el mundo». Acompañaba al anuncio una vista del exterior de la galería fotográfica. La llamada «fotografía viva» no era otra cosa que una serie de fotografías de un mismo motivo tomadas en sucesivas posiciones, y encuadernadas todas juntas. Al pasar las vistas con rapidez, se producía la sensación de movimiento. Vinck intuyó muy pronto el valor comercial de la publicidad y supo hacer buen uso de ella. Otro anuncio posterior nos lo presenta domiciliado en el número 4 del mismo paseo de Alfonso XII, y posteriormente abriría una sucursal en la calle de Jovellanos, 27.
Pilar González Lafita, en un breve estudio sobre La foto grafía en Gijón (1890-1920), proporciona algunos datos sobre el equipo técnico y los métodos utilizados en el laboratorio de Laureano Vinck . La cámara era una «Voigtländer de fuelle, que trabajaba con placas de 9 x 12, y los objetivos eran de la casa alemana Zeiss Tessar, de 600 mm. Las películas eran francesas, de las casa Dupont y Ferrania, de escasa sensibilidad, lo que obligaba a emplear tiempos de exposición muy largos. La técnica de entonces no permitía la instantánea captada en una fracción de segundo y casi al descuido. Por el contrario, el fotógrafo plantaba su pesado trípode en el suelo y preparaba la escena, procurando mantener inmóvil a la persona o al grupo retratado, fijando su atención en el objetivo . Los pasos siguientes en el laboratorio no eran menos complejos y exigían un cuidado extremo. Se seguían varios procedimientos de impresión (ge latino bromuro, platino, carbón, etc.), en los que no vamos a detenernos, que requerían ciertos conocimientos químicos, pues los pro ductos solían venir sin preparar y el fotógrafo debía realizar las mezclas. Las fotografías las realizaba Laureano Vinck directamente , pero en las siguientes fases del proceso contaba con la colaboración de su esposa, que cuidaba el proceso de retoque, y de Vara de Rueda, que atendía las tareas de iluminación, además del concurso de otros operarios.
La obra fotográfica de Laureano Vinck reunida en este libro comprende sobre todo postales, retratos y algunos acontecimientos socia les, realizadas con fines propiamente comerciales; pero también un pequeño número de fotografías de exclusiva intencionalidad artística, no destinadas para la venta. Son estas últimas las que presentan unos valores más destacados y revelan algunas de las preocupaciones de artista. Su temprano autorretrato de fotógrafo «tronado» es una reflexión sobre su propia profesión; los retratos de su esposa, en los que juega con el difuminado de fondos, la suavización de contornos, la evocación de un fondo paisajístico o la experimentación con nuevos soportes, como en el impresionado sobre tela, etc., son ensayos en los que el fotógrafo actúa con plena libertad, obteniendo enseñan zas que luego revertirán en su faceta profesional.
La fotografía era la forma más fiel de reproducción de la realidad, pero permitía también una actuación sobre esa realidad, incorporando determinados efectos que la acercaban a la pintura. Esta intencionalidad ha sido señalada por Pilar González Lafita (ver el estudio antes citado), en algunos de los trabajos de Laureano Vinck. Según esta autora, sus desnudos combinan los conceptos de pictoricidad y romanticismo. Así, en algunas figuras femeninas de acentuado erotismo, los velos simulan y disimulan sus cuerpos, al tiempo que permiten jugar con el equívoco y destruyen el efecto agresivo del cuerpo desnudo. En otras, el fotógrafo recurre y recrea un tema tan clásico como el de las «Tres Gracias», según se puede apreciar en dos de las fotos (59 y 60) incluidas en este libro. Siguiendo las corrientes estéticas más apreciadas en el momento, algunas fotografías muestran una marcada influencia del impresionismo pictórico. Sobre todo la titulada «Efecto de luz en los muelles» (nº109), premiada en 1915 por el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en la que la luz se convierte en la auténtica protagonista de la fotografía, o la nº64, en la que nuevamente la luz reflejada en las aguas del muelle vuelve a ser el tema central, o la vista al anochecer de la siderurgia de Moreda y Gijón (nº135).
En la serie de retratos incluidos en este libro, un primer grupo está formado por el círculo familiar del fotógrafo: su padre, su esposa, su hijo, él mismo, constituyendo una especie de álbum familiar. El resto son gentes anónimas para nosotros, de los cientos que acudirían al estudio fotográfico a dejar plasmada su presencia en una imagen grabada para siempre. Alguna vez, unas breves líneas escritas al pie o al dorso de la fotografía nos transmiten un nombre, junto a una bien intencionada dedicatoria a un familiar, un amigo…. Para el retrato se visten los mejores vestidos, y posan ante la cámara adoptando un aire circunspecto en muchos casos, risueñas e interesan tes ellas, o a veces asustados. Según la ocasión, un telón pintado simula un parque o una sobria iglesia, el ángulo de una habitación, o un fondo difuminado que resalta el primer plano al tiempo que suaviza el perfil de las figuras.
Otro pequeño grupo de fotografías tiene un marcado carácter costumbrista, de testimonio de una época. La imagen del carnaval, los niños pobres esperando el reparto de juguetes con impaciencia contenida, los paseos en la playa de San Lorenzo y en el muelle, la salida de misa, los vuelos de Garnier, la fuente de la Pipa, el tranvía de Somió, la carrera ciclista, la jira de la Asociación de Caridad en Somió y otras varias constituyen un valioso instrumento de estudio del pasado. La obra de Vinck, en este sentido, proporciona una am plia panorámica de la vida del Gijón del primer tercio de siglo, pero bajo una óptica marcadamente optimista, ocultando quizás inconscientemente el lado negativo que acompaña el desarrollo capitalista de la ciudad. En este Gijón, las calles, las plazas, la playa de San Lorenzo, el puerto, aparecen siempre poblados de gente tranquilas, llenas de actividad. En las series de postales tituladas «Recuerdo de Gijóm>, se alterna la imagen de una ciudad veraniega, representada por la playa de San Lorenzo, con la de una ciudad laboriosa y em prendedora, simbolizada en las vistas del muelle o de El Musel.
Una imagen idealizada, impregnada de romanticismo, es la que nos transmite de la Asturias rural, en varias series de postales agrupa das bajo los títulos de «Asturias pintoresca», «Asuntos asturianos» o simplemente «Asturias». Los grupos de campesinos aparecen felizmente reunidos en el entorno del hórreo o junto a sus casas, en tranquila convivencia con sus animales domésticos. Sólo una escena nos habla del trabajo que cuesta ganar el pan. Es un mundo idílico, de bellos paisajes recreados entre arboledas, hórreos, un río o a la orilla del mar o de la ría de Villaviciosa. En cualquier caso, es la Asturias que sus ojos y su cámara vieron, y dejaron impresionada en sus placas y rollos. Y la que ahora nosotros podemos contemplar y evocar repasando las páginas de este libro. Con él, además, se recupera la obra y el nombre de un fotógrafo, Laureano Vinck, en un tiempo en el que el verdadero protagonismo que tiene el autor de la imagen es fácilmente olvidado, mientras se prima al coleccionista de sus viejas imágenes.
El estudio fotográfico de Laureano Vinck fue destruido e incendia do durante un bombardeo en el transcurso de la Guerra Civil de 1936, perdiéndose gran parte del material fotográfico. La totalidad de las fotos y postales reproducidas en este libro pertenecen a Octavio Vinck Díaz, nieto del fotógrafo, que conservó lo que el incendio no destruyó y, además, tras una paciente labor de años ha conseguido recuperar una parte importante de la obra fotográfica de su abuelo. Su colaboración ha hecho posible este libro, no sólo al proporcionar los originales fotográficos que han servido de base al mismo, sino por su apoyo y orientación en toda la realización. Sirvan estas palabras de agradecimiento y reconocimiento de la deuda contraída con él.
TEXTOS DEL LIBRO GIJON
Se reúnen en este libro unas trescientas’ tarjetas postales sobre la ciudad de Gijón y sus alrededores, que cubren un arco temporal de algo más de medio siglo, desde 1890 aproximadamente, hasta la década de los cuarenta, aunque en su inmensa mayoría corresponden a los veinte primeros años de este siglo. Durante ese tiempo, Gijón experimentó un notable crecimiento e importantes transformaciones en todos los órdenes, de las que esta colección de imágenes nos ofrece algunas instantáneas. Sería ilusorio pretender mostrar en una visión gráfico-histórica la suma de cambios operados en la ciudad, ya que son múltiples los aspectos y facetas que han pasado desapercibidos o fueron ignorados, consciente o inconscientemente en muchos casos, por el objetivo del fotógrafo. Constituyen, sin embargo, en su con junto, una visión retrospectiva de la ciudad en un periodo clave de su desarrollo.
La construcción a mediados del siglo XIX de la llamada «carretera carbonera», primero, y del Ferrocarril de Langreo, después, encaminó hacia Gijón la producción carbonera de la cuenca central, generando un importante tráfico portuario que convertiría a su puerto, a pesar de las deficiencias que presentaba, en uno de los más activos de la orla cantábrica. También por las mismas fechas dio comienzo el proceso industrializador, que irá cobrando impulso según avanza la segunda mitad del siglo, consolidando así la doble función portuaria e industrial de la villa gijonesa. A punto de acabar el siglo, en 1899, se celebraba en Gijón la Exposición Regional, en medio de un ambiente generalizado de optimismo.
Consecuencia directa del desarrollo industrial y comercial fue el crecimiento demográfico y espacial de la ciudad, que en poco tiempo desbordaría ampliamente el primitivo núcleo histórico centrado en torno a Cimadevilla y al tómbola arenoso que unía este promontorio a tierra. De los 13.500 habitantes con que contaba el núcleo urbano en 1875, se pasaron a los más de 36.000 de 1920, al tiempo que se había duplicado la población de todo el concejo. Este crecimiento de la población fue acompañado de un superior incremento de la superficie urbana, al sanear y recuperar para la ciudad extensos terrenos anteriormente ocupados por marismas, arenales, etc.; por otra parte, a partir de 1877 se emprende la demolición de las defensas levantadas con motivo de la primera guerra carlista, que constreñían la expansión de la ciudad. En los años que siguen, se procede a un remozamiento del caserío y al macizamiento de ese núcleo central que se había convertido en el corazón de la ciudad, y que coincidía con la zona delimitada por el «Plan de Mejoras» propuesto por Jovellanos. En él se asienta la pujante burguesía y se radican los establecimientos que responden a las demandas crecientes del sector terciario. Bancos, hoteles, comercios, teatros, mercados, edificios de viviendas, etc., de nueva construcción, suplantan a viejas construcciones o llenan solares vacíos, dando nuevo aire de ciudad burguesa a un pequeño número de calles, Corrida, Moros, San Bernardo, Jovellanos, etc.-, que serán el tema recurrente de la mayoría de las postales que por entonces se editan.
La tarjeta postal ofrece, por lo general, el lado bello o más halagüeño de la realidad urbana y también de la rural y del paisaje. Junto a las áreas o calles de urbanización reciente, son temas de interés para sus editores los nuevos edificios levantados por la burguesía un ejemplo de ello es la que reproduce el edificio de la calle Cabrales, n º 18, obra del arquitecto Manuel del Busto para Celestino García López, construcción de 1903, que debió formar parte de una colección de postales con las obras del citado arquitecto (ver, VI, 26)-, el muelle, el nuevo puerto del Musél, la playa y sus balnearios, las estatuas de Pelayo y Jovellanos en las plazas del Marqués y del 6 de Agosto, y toda imagen que dé idea de progreso y modernidad.
Por el contrario, de la vieja ciudad sólo interesan los contados edificios de valor histórico (Palacios de Valdés y Revillagigedo o la cárcel vieja), pero no las degradadas viviendas que conforman el casco del barrio de Cimadevilla; de igual forma, tampoco son reproducidos los barrios obreros ni otros espacios marginales.
La tarjeta postal ilustrada
La tarjeta como medio postal diferenciado fue aprobada en España por la Dirección General de Correos y Telégrafos en 1873. Las primeras tarjetas eran en realidad una simple cartulina, con la marca oficial impresa. Unos años después, en mayo de 1878, se celebró en París el Segundo Congreso Postal, al que asiste España entre otros 38 países, y en él se acuerda la fundación de la «Unión Postal Universal», marca que llevarían todas las tarjetas, cuyo uso se reglamenta entonces, denominándola «tarjeta abierta de franqueo reducido». Algo más tarde, en 1886, la Dirección General de Correos autorizó la emisión de tarjetas a particulares, pero respetando la pureza del diseño. A partir de entonces proliferarán las tiradas de tarjetas, al tiempo que se inicia la ilustración del anverso de las mismas, anteriormente reservado para los datos del destinatario. Surge así la tarjeta postal ilustrada, en una de cuyas caras se conserva estampillada la leyenda de la «Unión Postal Universal» y el espacio reservado para el sello de franqueo y la dirección, mientras la otra es ocupada por la ilustración y destinada al mensaje, que a veces se extiende sobre la misma imagen (ver, por ejemplo, V, 7 y VI, 8). Pronto la imagen fotográfica ocupa todo el anverso de la postal, y entre 1910 y 1920, aproximada mente, desaparece ya del reverso la referencia a la «Unión Postal Universal»; el formato permanecerá uniforme, con unas medidas de 13 ó 14 cm. de ancho por 8 ó 9 de alto. Como es obvio, en este libro se ha uniformado el formato a 13 x 8 cm. y, en algunos casos, se ha ampliado el tamaño original de la postal.
La aparición de la tarjeta postal ilustrada a fines del x1x revoluciona las relaciones epistolares, al resultar su franqueo mucho más barato, y el propio mundo de la fotografía, al facilitar el acceso a este medio de las clases sociales menos pudientes. En el número extraordinario de El Comercio publicado con motivo de la Exposición Regional de 1899, la librería de Cándido de la Loma, instalada en el número 10 de la calle Corrida, ofertaba «tarjetas postales con vistas de Gijón, a una peseta docena». Comparativamente, las fotografías de estudio resultaban desproporcionadamente más costosas.
Industrias gráficas, libreros, casas comerciales, etc. vieron en la tarjeta postal un importante mercado y un valioso soporte para sus anuncios, ilustrando el anverso con los más variados temas, al tiempo que las más modernas técnicas de composición e impresión se aplicaban a la edición de tarjetas. Vistas de ciudades, de monumentos, paisajes, obras artísticas, personajes conocidos, mensajes publicitarios de todo orden, dibujos satíricos o humorísticos, etc. fueron los temas más frecuentes de las tarjetas postales. Ha sido muy reproducida, por ejemplo, una tarjeta postal editada por el fotógrafo gijonés Laureano Vinck , con dibujo de A. Tello, en la que por medio de un fotomontaje se da una visión satírica de la polémica que enfrentó a «muselistas» y «apagadoristas». Sobre un fondo dibujado en el que se representan diversos elementos característicos de la ciudad, presididos por la playa, se figura en primer plano un carro que trans porta una visión fotográfica del Musél, carro del que tiran una pareja de bueyes, intentando avanzar hacia el progreso, mientras dos burros-símbolo de los apagadoristas- tratan de detener su avance. También hemos visto alguna tarjeta postal que reproducía obras pictóricas, así La danza prima de Martínez Abades, o alguna de sus «marinas», como la incluida en VIII, 32. Sin embargo, fueron las vistas de ciudades una de las temáticas que más arraigó en las tarjetas postales, hasta el punto que la fotografía urbana prácticamente es suplantada por la postal. El incipiente turismo de comienzos de siglo dio un impulso decisivo a esta modalidad de las tarjeta s, que con el tiempo cobrará nuevos bríos.
Fotógrafos, editores, impresores
Del total de 305 postales reproducida s en este libro, medio centenar aproximadamente no lleva referencia alguna sobre autor de la foto grafía, editor, impresor, etc., mientras que en el resto si aparece indicado alguno de estos datos. En el pie explicativo que acompaña cada postal, se hacen constar entre paréntesis los que en cada caso figuran o hemos podido deducir; cuando no aparece dato alguno pero sí la referencia de la «Unión Postal Universal », igualmente se señala, pues constituye un elemento orientativo sobre la fecha. De todos modos, pocos son los casos en los que se dispone de más de una referencia , bien sea ésta la del autor de la foto, el editor de la postal o la empresa impresora. Así, a pesar del temprano anuncio de postales del librero de la calle Corrida, Cándido de la Loma, citado arriba, no hemos vista ninguna tarjeta con su nombre , aunque existen varias de las que carecen de toda referencia que corresponden a ese momento de cambio de siglo.
Por lo general, no figura el autor de la foto, pues a pesar de la estrecha conexión existente entre la postal ilustrada y el mundo de la fotografía, los fotógrafos profesionales, salvo excepciones, se mantuvieron en algunos casos al margen del mercado postal y más volcados en sus trabajos de estudio. No obstante, los editores de postales requirieron los servicios de los grandes fotógrafos o acudieron a sus fondos fotográficos para la edición de postales. Tal debe ser el caso, por ejemplo, de la postal de la playa reproducida en V, 16, formando parte de una denominada «Colección asturiana de Marín», cuya foto es obra del famoso fotógrafo francés Jean
Laurent, afincado en Madrid desde 1857. J. Laurent y Cía. publicó en 1879 la Nouveau guide du turiste en Espagne et Portugal. Itinéraire artistique , en la que se reseñaban 5.000 fotografías a la venta, en formato 27×36 cm., fruto de una labor de 20 años. Ignoramos en qué fecha estuvo Laurent en Asturias, aunque en la vecina Santander trabajó entre 1866-1868. En general, son muy exiguos los datos conocidos sobre la fotografía en Asturias en el siglo XIX y primeros años del xx, a pesar de algunos muy meritorios trabajos de investigación sobre el tema. Por nuestra parte, nos limitamos a recoger los nombres de todos aquellos fotógrafos de los que se reproduce alguna postal y los datos relativos a su lugar de trabajo, cuando hemos podido averiguarlo.
Además de Jean Laurent, aparece representado otro fotógrafo francés de indudable renombre, J. David, con estudio central en Levallois, ciudad del distrito de Saint-Denis perteneciente al municipio de París. David había realizado en 1882 un reportaje sobre los directivos y obreros de la fábrica de vidrios gijonesa «La Industria», y volvió a Asturias en 1890 ó 1891 para hacer otro álbum dedicado a la Fábrica de Armas de Oviedo [ver, Arte e industria en Gijón (1844- 1912). La fábrica de vidrios de Cifuentes, Po/a y Cía. Dirección y preparación: Emilio Marcos Vallaure. Museo de Bellas Artes de Asturias. Oviedo, 1991, p. 52]. En esta última fecha debió fotografiar el colegio de los Jesuitas de Gijón, que iniciaba entonces su andadura. Las dos postales que se reproducen deben formar parte de una serie más amplia, difundida seguramente para promocionar el citado colegio. Enrique Marquerie, del que se incluye una notable panorámica de la playa, tenía estudio en Gijón y Bilbao a fines del XIX;suyas son las foto-litografías incluidas en la Guía ilustrada del viajero en Gijón, de Ricardo Caballero y M. Palacios Suárez, editada en Gijón en 1891; también suya es una fotografía de Ulpiano Alonso, empleado de «La Industria», y su familia, reproducida en el libro y exposición Arte e industria en Gijón (1844-1912), citado, que debe ser de finales siglo y realizada en su estudio de la calle San Bernardo, número 61. Con esta dirección figura en la Guía general de Asturias para 1904 de José Gutiérrez Mayo y Gerardo Alvarez Uría; anterior mente estuvo instalado en la calle Libertad, 43, también de Gijón.
Por los años veinte, daba continuidad a su estudio Marquerie hijo. En la última década del siglo realizó fotografías en diversos concejos asturianos otro fotógrafo, que firma «Laporta fto.» o simplemente «L. fto.», y que puede ser identificado como Francisco Laporta Valor, fotógrafo radicado en Madrid, donde también tenía una importante empresa de fototipia. Fotos suyas se reproducen en el Asturias de Bellmunt y Canella, en la Guía general de Asturias para 1904 (coincidentes con las del Asturias) y en el libro Gijón y la Exposición de 1899 (Gijón, 1899). En este último aparece una vista de la fachada principal del Teatro-circo Obdulia (el Campos Elíseos), que fue reproducida en tarjeta postal (la VI, 17), sin indicar ni su nombre ni el del editor o impresor, aunque es muy similar a las impresas en la Fototipia y tipografía de Bellmunt, de la que luego nos ocuparemos, y puede fecharse hacia 1900.
Octavio Bellmunt, reconocido médico, además de editor del Asturias, realizó diversas fotografías para esta obra, que luego fueron editadas como postales; la afición de Bellmunt a la fotografía quizás tenga su origen en su relación familiar con los Truan, pioneros de la fotografía en Gijón (ver, el citado Arte e industria en Gijón y Francisco Crabiffosse Cuesta, «Apuntes para la historia de la foto grafía asturiana», en Actas del I Congreso de Historia de la Fotogra fía Española 1839-1986. Sevilla, 1986, pp. 86-97). Además de las litografías reproducidas en el Asturias y en las ediciones postales, Octavio Bellmunt debió realizar, con motivo de esa obra, otras foto grafías no publicadas. Así, Lee Fontanella (La historia de la Fotografía en España desde sus orígenes hasta 1900. Madrid, 1981) cita 15 fotograbados de Bellmunt sobre Covadonga, fechados en 1894, y que están en el Palacio Real.
En torno al cambio de siglo realizó sus fotos Villegas, fotógrafo del que no conocemos más obra que sus series de tarjetas postales de Asturias, numeradas con letras y números, e impresas en la Fototipia de Hauser y Menet en Madrid. Más conocido es Laureano Vinck, nacido en Gijón en 1886, que editó gran número de series postales durante el primer tercio de este siglo, además de desarrollar una notable actividad como fotógrafo, del que sólo reproducimos aquí dos de sus postales, ya que dentro de esta misma colección se le dedica un libro monográfico. Pueden ser de Julio Peinado (1869- 1941) tres postales editadas por Matos, al que nos referimos más abajo, en las que se indica «cliché: Julio». Aunque originario de Valladolid , Peinado estaba instalado en la calle Corrida de Gijón y es otro de los grandes fotógrafos de esta época. Collada, que figura con dos postales, tenía estudio en Oviedo, donde había estado relacionado con el acreditado fotógrafo Duarte. Hay que hacer referencia también a otra serie de fotógrafos o establecimientos fotográficos, de los que incluimos alguna muestra, y de los que algunos debían estar ya instalados antes de 1920. Son «Foto Film», en la calle Jovellanos, del que se reproducen cuatro postales y cuyas fotos aparecen frecuentemente en los portfolios veraniegos de los años veinte; Foto Luis; Foto Klark, establecido en la calle Begoña; Foto Lena, que había trabajado en el estudio de Laureano Vinck; Foto Suárez, en la calle Langreo, que debe ser el mismo que colabora frecuentemente en la prensa del periodo republicano; y Foto Peláez, establecido en El Coto.
Hauser y Menet de Madrid y J. Thomas de Barcelona, además de fototipias reconocidas, también realizaron fotografías, aunque no es posible saber cuáles eran suyas y qué otras fueron simplemente tiradas en sus talleres o realizadas por otros fotógrafos para ellos. Por último, hay que mencionar a Luciano Roisin, fotógrafo barcelonés dedicado al mundo de la tarjeta postal, que trabajó prácticamente en toda España, y que hizo series muy amplias de postales. De él son 39 de las reproducidas aquí, correspondiendo las más antiguas a la década de los años veinte, y las últimas ya a los años cuarenta, como la II, 17 ó la IV, 3.
Posiblemente las primeras postales cuyo proceso de realización se llevó a cabo enteramente en Gijón, sean las que aparecen con el membrete de «Fototip. y Tip. de Bellmunt y Compª . Gijón», de las que se incluye una vista de las obras del puerto de El Musél en 1897. Los talleres de fototipia y tipografía de Octavio Bellmunt fueron fundados en 1894 para la edición de la conocida y monumental Asturias. Su historia y monumentos…, cuya calidad fue recompensada en la Exposición de Gijón de 1899 con «medalla de oro». Junto a Octavio Bellmunt participó poco después como socio capitalista en la empresa el también médico gijonés Jacobo Olañeta. Entre 1895-1900, la edición del Asturias … ocupó la principal actividad de los talleres tipográficos de Bellmunt, que en 1900 cambian de razón social, pasando a denominarse de «Bellmunt y Díaz», que es el que figura en otras cuatro tarjetas postales. Su edición debió realizarse entre 1900 ó 1901, pues en una de ellas aparecen todavía sin rematar las torres de la iglesia de San Lorenzo. Las fotos son, en algunos casos, las mismas fototipias ya publicadas en los fascículos del Asturias y deben ser obra del propio Octavio Bellmunt.
Por el estilo, deben ser también de la misma firma de «Bellmunt y Díaz», las tarjetas del tren correo (XI, 3), que lleva matasellos de junio de 1902 y la de la casa y capilla de Valdés. Estas postales formaron parte de una colección más amplia sobre Asturias, pues existen al menos cuatro series (de la A a la D) compuestas de una veintena aproximadamente cada una. También editó un precioso A/bum artís tico de Gijón (Gijón, 1894), con un preámbulo de Julio Somoza, que incluye algunas de las láminas de fototipia luego incluidas en el Asturias y otras vistas no publicadas en esta obra, como las X, 14 y X, 29.
Entre los editores de postales gijoneses hay que citar a Benigno Fernández Ibáñez, que tenía una librería en la calle Jovellanos, 48, al menos en 1904 (ver, Guía general de Asturias para 1904). No sabemos si es el mismo que aparece en otra Guía monumental, histórica, artística, industria/, comercial y de profesiones. Asturias, de Enrique Álvarez Suárez y Francisco M. Gámez (editada por Mateu Artes Gráficas de Madrid, en 1923) como encuadernador y librero, domiciliado en la calle Menéndez Valdés, 7. Llevan su nombre 22 de las postales reproducidas, que pueden fecharse entre 1900 y 1910, aproximadamente; · salvo una, la III, 15, impresa en la Phototypie Bienarmé, Reims, el resto no indica el lugar de impresión. Componen más de una serie, alguna de ellas coloreadas (las III, 20 y 44 y las VIII, 28 y 33). Estas dos últimas llevaban una orla enmarcando la fotografía, simulando componer una obra pictórica, como se observa en la VIII, 33.
También editaron postales la librería de Manuel Manso y el bazar papelería de Miguel Palacios, en la calle Corrida; de ambos es la II, 3, que está matasellada en junio de 1902. Miguel Palacios lanzó en 1904, según Patricio Adúriz (Crónica de la calle Corrida. Gijón, 1990, pp. 121-123), «una magnífica colección de tarjetas postales con vistas iluminadas de las principales calles, paseos, monumentos, edificios públicos, sitios de recreo y sus cercanías», impresas en Munich por la famosa Purger y Compañía, cuyas fotocromías tenían un alto nivel de calidad. Entre las reproducidas hay 10 postales correspondientes a dos series coloreadas. Se diferencian por la distinta tipografía del pie de foto, en un caso de tipo gótico, con los números 3, 10, 11, 13, 14 y 17 de serie original; las otras cuatro llevan una letra redonda y corresponden , en las aquí reproducidas, a los números de serie 20, 24, 25 y 28. Pueden pertenecer también a la misma colección, ampliada posteriormente con nuevas postales y numeración correlativa, pues son de las mismas características de calidad, impresión y fecha (la II, 8, vista de la Plaza de San Miguel, no. 10 de la primera, está matasellada el 4 de enero de 1905, y en la III, 19, la calle Corrida, no. 20 de la segunda, se lee todavía la fecha de 20 de febrero de 1907). Estas diez postales no llevan más referencia que la leyenda de «Unión Postal Universal», pero por características y fecha pueden ser de la colección editada por Miguel Palacios , a la que se refiere Adúriz.
A Francisco Matos, Davila (sic), editor de Gijón, corresponden 39 de las postales aquí incluidas. Forman varias series, que debieron editarse entre 1905 y 1920, aproximadamente, según se deduce de varias fechas mataselladas y algunos elementos constructivos que aparecen en las mismas. Las más antiguas llevan todavía la leyenda de la «Unión Postal Universal», que ya no figura en el resto. En el portfolio Gijón Veraniego – 1917, se inserta un anuncio de las fotografías Matos:
«Recordamos al forastero se procure la Edición Matos, magníficas fotografías de Gijón, puerto y alrededores, algunas de las cuales avaloran este Portfolio». Desconocemos, sin embargo, qué fuera Francisco Matos, si fotógrafo, librero, o sólo editor de postales. Tres de ellas llevan en el reverso publicidad de «La Camerana», establecimiento dedicado a la venta de ropas de cama, pañuelos, etc.
Otros editores gijoneses, de los que apenas tenemos más noticias que las postales reproducidas, son S. Rodero, del que incluimos 9 postales pertenecientes a dos series distintas, fechables en torno a 1920. Con la marca «Edición Prida. Salón de publicidad» reproducimos dos postales y otras cuatro en las que sólo figura «Edición Prida», estas últimas tiradas en «M. N. París», todas ellas fechables entre 1905 y 1910; de fecha similar son otras cinco postales, con la firma de «M. N. París». Firmadas por «R. y M. Gijón» reproducimos otras dos postales, de hacia 1910. Masaveu, establecimiento de sastrería y modas, con local en la calle Corrida, lanzó al menos una serie de postales, de las que recogemos 5, que se pueden datar hacia 1920. «La Casa Blanca», otro establecimiento de confecciones, sito en la calle los Moros, también lanzó su serie de postales propagandísticas por las mismas fechas. La Hermandad de la Santa Misericordia de la parroquial de San Pedro es la editora al menos de dos de las postales con imágenes de esta iglesia y posiblemente del resto de las tarjetas que reproducen su rica colección estatuaria, todas con la leyenda de la Unión Postal Universal.
Hay también numerosas postales de editoras que cubrían todo el territorio español, o al menos aquellos lugares de mayor interés turístico. En algunos casos se confunden editores e impresores, en otros se pueden deslindar claramente las dos facetas, como en Hauser y Menet de Madrid o Thomas de Barcelona. De comienzos de siglo son las postales editadas y distribuidas por la «Librería General. San tander», de las que se incluyen cuatro coloreadas, impresas por la conocida empresa alemana «Purger & Co.» de Munich, que entre 1900 y 1905 realizó numerosas tiradas de tarjetas postales para toda España.
«E.J .G. París-Irún> es otra editora o fototipia que distribuyó postales al menos del norte de España, y otro tanto ocurre con «M. N. París», a la que ya nos hemos referido. De los años veinte son las numerosas de Grafos, de Madrid, otra de las grandes empresas de la tarjeta postal. Para completar la nómina de las editoras cuyas postales se incluyen, hay que citar Ediciones «Unique», de Madrid; Heliotipia Artística Española, también de Madrid; Juan Gil Cañellas, que imprime sus postales en Fournier; y Ediciones Arribas, de Zaragoza .
En cuanto a las empresas de fototipia y tipografía donde se tiraron estas postales, no siempre figura el dato. Aparte de la fototipia de Bellmunt, de la que ya nos hemos ocupado, también imprimió postales en Gijón la Compañía Asturiana de Artes Gráficas, fundada en 1901 bajo la razón social de Mencía y Paquet, con una fuerte inversión, contando para su puesta en marcha con el concurso de dos dibujantes litógrafos alemanes (ver, Pilar González Lafita, Las Artes Gráficas en Gijón, 1890-1920. Gijón, s.a., 1980). De las reproducidas aquí, sólo en la XII, 10, una postal anunciadora de los festejos veraniegos de 1903, aparece como impresa en «Artes Gráficas. Gijón», aunque seguramente se tiraron allí algunas otras postales sin que figure el dato. Aunque no las incluimos en esta selección, hemos visto alguna otra postal de Gijón con la firma «Artes Gráficas», de los primeros años de este siglo y coloreada, si bien de poca calidad gráfica.
En la Compañía Asturiana de Artes Gráficas se imprimían los portfolios oficiales de Gijón veraniego, en los que aparecen algunas fotos también reproducidas en postal; así, la XII, 9, aparece en Gijón veraniego – 1917.
El resto de las fototipias de las que tenemos constancia son de ámbito estatal, y combinan en muchos casos las dos facetas de editores e impresores. Hauser y Menet, el establecimiento tipográfico fundado en Madrid en 1890 por el suizo Adolfo Menet Kursteiner y su compatriota Osear Hauser Muller, se convierte enseguida en el número uno de la industria postal en España. Desde 1892, en que aparecen sus primeras tarjetas postales, las tiradas irán en aumento hasta alcanzar diez años después la cifra de medio millón mensuales. Realizaron continuos viajes por toda la geografía española, consiguiendo un fondo fotográfico de primer orden, posteriormente utilizado en sus propias ediciones o en las que realizaban por encargo para terceros. De las primeras, en las que la firma «Hauser y Menet. Madrid» aparece en el dorso de la tarjeta, se reproducen un total de 14, que deben fecharse entre 1900-1905. Allí se imprimieron las postales de Villegas, alrededor del cambio de siglo; algo posteriores pueden ser el resto, encargadas por el colegio de los Jesuitas o la Hermandad de la Santa Misericordia de la iglesia de San Pedro. Gran volumen y calidad alcanzó el fotógrafo catalán J. Thomas, que distribuyó sus propias postales y realizó impresiones de encargo para otros fotógrafos, Laureano Vinck, por ejemplo. Las que reproducimos aparecen como «edición Piñera» y «edición Aniceto García». Huecograbado Mumbrú de Barcelona imprimió las dos postales de Collada que se incluyen. Por último, se incluye una de la Fototipia Castañeira, Álvarez y Levenfeld de Madrid, que era una de las grandes empresas de postales, impresora y editora al mismo tiempo
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La presente colección
Entre los años 1890-1940 abarcados en este libro, debieron publicarse algunos miles de postales diferentes sobre Gijón y sus alrededores, si bien la mayor parte de las series editadas repiten insistentemente los mismos temas y motivos, con muy pocas variaciones de unas a otras. Es el paso del tiempo, con los cambios operados en la ciudad y su entorno, quien marca las diferencias. Una foto tomada desde un mismo punto con unos años de separación nos revela un edificio nuevo aquí o allá, otro que desapareció, unas farolas o unos árboles que no estaban anteriormente, el tendido del tranvía, un nuevo traza do o simplemente otro ambiente en la calle. Hemos seleccionado para este libro tres centenares de postales, agrupándolas según un criterio de ordenación por temas comunes hasta componer un total de doce capítulos. En muchas ocasiones aparecen reunidas vistas similares de un mismo conjunto para permitir observar esos cambios producidos por el tiempo; en otras se repiten vistas parecidas en diversos capítulos, pues su contenido no permite la clasificación bajo un sólo aspecto. Quien mire el libro con detenimiento podrá percatarse de esos matices y rescatar al paso de las imágenes instantes perdidos del pasado de la ciudad. Hay en el conjunto reunido bastantes vistas de realidades ya desaparecidas o trastocadas hasta resultar irreconocibles, lo que necesariamente moverá a la nostalgia. No es este sentimiento, comparando la imagen de ayer con la de hoy, el que se pretende primordialmente suscitar. No se trata de contraponer la ciudad de ayer a la de hoy y luego determinar cuál era mejor o más habitable. El ser humano que vive en la ciudad se adapta de tal modo a los cambios casi diarios de su entorno urbano, que olvida muy pronto la imagen que ayer tan sólo le era familiar.
El edificio recién construido, la plaza una vez más reordenada, la calle peatonalizada, etc. quedan inmediatamente grabadas en la retina y la memoria como si siempre hubieran estado allí o así. Es, por ello, que la reunión de esta colección de imágenes pasadas, además de evocar, lo que permitirá es descubrir para algunos o redescubrir para otros en una memoria olvidada una ciudad que forma parte de su historia y su pasado colectivo. A pesar de la imagen idealizada que la tarjeta postal pretendía ofrecer, la instantánea captaba, a su pesar quizás o sin darse cuenta, múltiples aspectos de la realidad social, de la actividad diaria, de las transformaciones económicas, etc., resultando ser a la postre un auténtico documento histórico.
Nostalgia, evocación y valor histórico conjugan, pues, este conjunto de postales. Su reunión en este libro ha sido posible gracias a la inestimable como imprescindible colaboración de Octavio Vinck, que ha puesto a nuestra disposición su valiosa e irrepetible colección de postales y ha distraído muchas horas de su tiempo para atender nuestras demandas de tarjetas, hasta completar un conjunto lo más representativo sobre Gijón, en este caso. La reunión de cualquier colección es una tarea paciente, que requiere muchos esfuerzos en varios sentidos, y es, además, expresión de una sensibilidad de la que no estarnos dotados todos los humanos. A gente corno él hay que agradecer el haber sabido captar tan valiosos testimonios, reunirlos y guardarlos, y permitir que ahora todo aquél que se acerque al libro pueda disfrutar contemplando sus páginas. Sirvan estas líneas corno agradecimiento y reconocimiento de su participación decisiva en el resultado final de este libro.
l. VISTAS
Se reúnen en este capítulo nueve tarjetas con vistas más o menos generales de Gijón. La panorámica de la playa en toda su magnitud es el tema casi exclusivo de las mismas. El crecimiento radial de la ciudad a partir del núcleo de Cimadevilla determina, posiblemente, la elección de este cerro como el punto más adecua do para fotografiar el conjunto urbano, pues es precisamente a oriente del mismo por donde se expande la ciudad burguesa; a occidente, por el contrario, se entremezclan los establecimientos industriales y los barrios obreros, y otro tanto ocurre en la salida de la carretera hacia Oviedo y León.
La vista desde el alto del Infanzón, fechable hacia fines de los años veinte, ofrece una imagen de Gijón muy lejana de la realidad actual, en la que prácticamente se han colmado todos los espacios entonces vacíos. El avance urbano era sin embargo bien apreciable, si se compara con la vista tomada por Alfredo Truán en 1858, reproducida en el libro Arte e industria en Gijón (1844-1912). La fábrica de vidrios de Cifuentes, Po/a y Cía. (Oviedo, 1991, p. 225). Las vistas tomadas desde lo alto de la «lglesiona», hacia 1930, permiten observar el centro de la ciudad, en el que las torres de la iglesia de San Lorenzo eran la altura más prominente
II. PLAZAS
El rey Pelayo y Gaspar Melchor de Jovellanos presiden desde casi la misma fecha (un día de diferencia: 5 y 6 de agosto de 1891, respectivamente) dos de las más características plazas gijonesas. Lugar de encuentro y articulación entre diversas zonas, no son muy pródigas en plazas las ciudades asturianas. Un total de 17 postales nos ofrecen la imagen de las más señaladas plazas gijonesas a lo largo de varias décadas. La plaza Mayor o de la Constitución se organiza en torno al Ayuntamiento y apenas sufrió modificaciones de relieve, salvo la construcción de la entonces nueva «pescadería». La plaza del Muelle, de la Barquera, del Marqués o del Conde, nombres todos que se utilizaron para denominarla, adquirió su con figuración actual en 1891, al erigirse en su centro la estatua de Pelayo, obra del escultor José María López Rodríguez, desapareciendo la antigua fuente de La Barquera. Flanqueada por el ahora llamado palacio de Revillagigedo, antes del marqués de San Esteban del Mar, el resto de los edificios han ido renovándose con el paso del tiempo. Otros dos palacios barro cos, el de los Valdés y el de Jove Hevia, presi den dos plazuelas que hoy perdieron casi tal condición. La segunda, llamada plazuela de San Lorenzo, era centro del conocido como «mercado del aire».
La plaza de San Miguel, otro insigne gijonés del pasado siglo, en la que confluyen ocho calles, fue el eje articulador entre la ciudad histórica y el ensanche del Arenal, siguiendo el plano presentado ya en 1867 por el arquitecto Lucas María Palacio. Los edificios construidos en su contorno adoptaron en su mayoría cierta curvatura en sus fachadas a fin de respetar la forma elíptica planteada en el proyecto. El conjunto resultaba, en verdad, de lo más atrayente de la ciudad. La plaza del Carmen, enclavada en pleno centro urbano, ha sufrido profundas transformaciones al cabo de los años. Por último, la plaza del 6 de Agosto, fecha que recuerda la vuelta a Gijón de su ilustre hijo Jovellanos, está presidida por su estatua en bronce, obra de Manuel Fuxá, muy discutida en su tiempo. Ocupó el lugar de la antigua plaza del Infante, donde estuvo el célebre Arco o Puerta de la Villa, cuya primera piedra había colocado el mismo Jovellanos en 1782. Se reproduce una notable foto del arco, realizada por Alfredo Truán, en el varias veces citado libro Arte e industria en Gijón… Unos jardines cerrados con verja de hierro rodeaban la estatua. Se construyó luego, en un lateral, el Mercado del Sur, y finalmente la plaza adoptó la forma ovalada que se aprecia en las dos últimas postales.
III. PASEOS Y CALLES
La calle Corrida, que nace en la de Trinidad y muere en la plaza de 6 de Agosto, ocupa el primer lugar en cuanto a número de tarjetas postales a ella dedicadas. Auténtico corazón humano, social y económico de la ciudad, a través de las dieciséis tarjetas reproducidas se pue den seguir los cambios producidos en su perfil urbano, constructivo y hasta en el modo de vida de las gentes que por ella pululan. No hemos visto, en cambio, ninguna postal cuyo tema central sea una calle del viejo barrio de Cimadevilla; si alguna aparece es de forma circunstancial, porque allí se encuentra la vieja cárcel, la colegiata de San Juan Bautista o apa recen las lanchas del muelle en primer plano. Junto a Corrida, tienen una representación des tacada las calles de Jovellanos, San Bernardo, Ezcurdia, paseo de Begoña o de Alfonso XII y alguna otra de ese centro urbano.
El trío de edificios compuesto por el Teatro, Instituto y Mercado de Jovellanos, convierten a ese tramo de la calle en particular centro de atracción de las postales, al que luego se suma la iglesia de los Jesuitas, la «Iglesiona», enfrente del Instituto, como buscando inconscientemente un contrapeso religioso al laicismo de la otra acera.
En el repertorio de calles seleccionadas para este capítulo, están presentes algunas del en torno del muelle, la de la Trinidad y las del Marqués de San Esteban y Rodríguez Sampedro, así como las más próximas al primitivo núcleo de la ciudad, como el paseo del Campo Valdés y la calle Pidal o de Cabrales. Completan la representación del primer ensanche de la ciudad las calles del Instituto, Corrida, Mo ros, Munuza, San Bernardo, Jovellanos y el paseo de Begoña, además de las del Carmen y Alvarez Garaya. La nueva urbanización de la ciudad, en la zona del Arenal, aparece re presentada por las calles de Ezcurdia, Capua, el paseo del Muro o de Rufo G. Rendueles, Uría y Covadonga. Son todas éstas las más frecuentemente figuradas en las postales, mientras faltan otras muchas de las que conforman el centro urbano, de las que no hemos encontrado muestra alguna, quizás porque no entraban en esa idea de modernidad y progreso que trasciende la imagen postal.
IV . JARDINES
Una docena de postales nos devuelven la imagen de los jardines existentes en el primer tercio de siglo y de los desaparecidos del Náutico, que fueron trazados ya en los años cuarenta, aprovechando el solar que anteriormente ocupó el Hospital de Caridad. Las palmeras que aún hoy se yerguen en los jardines de la Reina deben ser, en su mayor parte, las mismas que en las fotos son ostensiblemente superadas en altura por los mástiles de los barcos anclados en el muelle de Oriente.
Los jardines del Náutico ofrecen una imagen de Gijón ya claramente consolidada como capital veraniega y turística de Asturias. Una de las vistas resulta singularmente insólita, pues aparece despejado el solar donde a partir de 1945 se reconstruyó la destruida iglesia de San Pedro.
Las postales de los jardines de Begoña y del parque Infantil devolverán a muchos gijoneses y viejos veraneantes una imagen no del todo borrada de su memoria. La pérgola de Begoña y el estanque del parque Infantil tenían un alicatado digno de mejor suerte. Otros muchos elementos botánicos no tuvieron mayor fortuna tampoco.
V . LA PLAYA
Escenario de los paseos de Jovellanos durante sus estancias en Gijón, el arenal de San Lorenzo se convierte en el último cuarto del siglo XIX en playa de baños, al desaparecer la de .Pando, tras las ampliaciones del puerto local con la construcción de los muelles de Fomento. Los balnearios o casas de baño ocupaban, hasta su demolición durante la Guerra Civil, un espacio privilegiado de la playa. Primeramente fue la casa de baños de Castillo y Cía., creada en 1874, que tomó el nombre de «Las Carolinas» tras su remodelación en 1887; de 1885 data «La Favorita», y del año siguiente «La Sultana». Completa el conjunto el balneario «La Cantábrica», construido en 1893, muy próximo al lugar ahora ocupado por el Real Club de Regatas. «Las Carolinas» y «La Favorita» estaban entre la iglesia de San Pedro y la actual Escalerona, mientras «La Sul tana» estaba emplazada ante la calle Ezcurdia. Los balnearios fueron centro de animada concurrencia.
El periodista gijonés Joaquín A. Bonet describe en sus Pequeñas historias de Gijón (Gijón, 1969) las actividades en estos balnearios. En «Las Carolinas», «cuando la marea lo permitía, a su sombra se sentaba la gente elegante, con sus sombreros de plumas, sus sombrillas, porque el sol era peligroso, y sus zapatos de tacón alto, mientras en el mar, no lejos de la orilla, y bien asidos a las maromas salva doras, disfrutaban los bañistas enfundados en sus trajes de jaretas y esterillas, bajo la mirada vigilante de los bañeros.
En el salón había baile, claro es. Los corredores sobre la concha estaban llenos de curiosos. Más tarde, el industrial Setién instaló allí un restaurante, con el aliciente de un tobogán de carriles, por donde una barca se deslizaba, ruidosamente, hacia el mar (pág. 124).
También «La Favorita» se adaptó a los nuevos tiempos e incrementó sus instalaciones con un restaurante y la famosa «Terraza», ya de cemento, que gozaba a todas horas de considerable animación, a su sombra en la marea baja, y agolpada la gente entre sus balcones en la marea alta. Los alrededores de la pasarela de «La Favorita» eran, además, punto de reunión de gentes a la espera de trabajo.
Fuera de los balnearios se disponían las casetas móviles de madera o casetas portátiles de baños, que así se llamaban, de las que había 165 a comienzos de siglo. Mulos y caballos desplazaban esas casetas, atendiendo al vaivén de la marea. Se instalaba, también, algún toldo o caseta de lona, pero todavía en escaso número . Entre balnearios y casetas, la playa aparecía densamente ocupada, pues sólo se utilizaba el tramo comprendido entre la iglesia de San Pedro y las llamadas casas de Veronda; el resto, hasta el Piles, no era otra cosa que un inmenso arenal.
La construcción del Muro, tras varios proyectos e intentos frustrados, se inició en 1907 y tardó siete años en rematarse, permitiendo ganar un amplio espacio. El remate de la «Escalerona», en 1933, terminó de prestigiar la gran playa gijonesa, que era ya una de las más visitadas del litoral cantábrico.
VI . EDIFICIOS NOTABLES
Veintiséis postales se agrupan en este capítulo, muestra de algunas de las más valiosas construcciones gijonesas, desde los palacios barro cos de la vieja nobleza local hasta algunas casas de la nueva burguesía de comienzos de siglo , incluyendo también varios edificios destinados al servicio público. Aún permanecen algunos en pie, otros han desaparecido irremisiblemente y unos más presentan hoy un aspecto algo distinto.
Del bello conjunto formado por el Teatro, Instituto y Mercado de Jovellanos, sólo queda hoy el Instituto. El Teatro, de estilo neoclásico, era de propiedad municipal y fue obra del arquitecto Andrés Coello, el mismo que trazó el Ayuntamiento; fue inaugurado en 1853 y demolido en 1934; el Instituto, construido al principio con una sola planta, estrenó su segundo cuerpo en 1892; el Mercado, por último, muestra de la arquitectura del hierro en la ciudad, fue construido en 1876 según diseño de Cándido González, y desapareció entre las reformas llevadas a cabo en los meses de la Guerra Civil. Entre los desaparecidos hay que contar también la vieja cárcel, donde se levan taba la torre del reloj, construcción del siglo XVI que posiblemente había aprovechado alguna obra preexistente romana, y el circo-teatro Obdulia o Campos Elíseos, que inaugurado en 1876 fue luego sede de la Exposición Regional de 1899 y de alguna Feria de Muestras, y aún alcanzó la posguerra, ya convertido en salón de cine.
Familiares resultan el palacio de Valdés, el de Revillagigedo, recientemente restaurado, y la casa de Jove Hevia y capilla de San Lorenzo, ambas muy maltratadas por el tiempo y con algunas alteraciones en su entorno, como la demolición del viejo mercado de San Lorenzo. Sin cambios se conservan el edificio del Ayuntamiento, el de Correos, el Club de Re gatas o el teatro Dindurra (actual Jovellanos). Junto a éste último aparece en dos de las postales reproducidas un singular arco que fue levantado en 1902 y permaneció hasta 1907, como culminación de la implantación del sistema eléctrico para el alumbrado público, exhibiéndose cuajado de luces.
La plaza de Toros y el cuartel del Coto, entonces extrarradio de la ciudad, están hoy inmersos dentro del casco urbano. Representativos de la arquitectura levantada en torno al cambio de siglo son el conocido como «martillo de Capua», de estilo ecléctico, obra del arquitecto Mariano Marín Magallán (1899), que también lo fue del teatro Dindurra y de un gracioso kiosco para billetes en la calle de los Moros; el bello edificio modernista de la esquina de las calles de Jovellanos y Merced (1902), proyecto del catalán José Graner Prat, entonces con toda su riqueza ornamental; el edificio, desaparecido, con fachada a la calle los Moros y laterales a las del Buen Suceso y Santa Lucía, obra de Luis Bellido (1902), que luego fue Banco de Castilla; y la casa de Cabrales, 18, de Manuel del Busto, autor también del proyecto de la Escuela de Comercio.
VII . EDIFICIOS RELIGIOSOS E IMAGENES
Abren este capítulo tres vistas del exterior de la primitiva iglesia de San Pedro, destruida en los meses de la Guerra Civil de 1936, y una muestra de la imaginería y pasos procesionales que conservaba esta parroquial y que de aparecieron igualmente durante la contienda civil. Muchas de estas imágenes y pasos eran sacadas en procesión durante la la Semana Santa, cuya celebración alcanzaba en Gijón gran solemnidad y gozaba de amplia participación. En su organización desempeñaba un papel des tacado la Hermandad de la Misericordia, que es la editora de algunas de las postales. Cinco eran las procesiones que se celebraban en el primer tercio del siglo, la del «Silencio», los «Pasos de la Pasión», el «Encuentro», el «Santo Entierro» y la «Soledad»; algunas recorrían las estrechas calles de Cimadevilla antes de bajar al centro de la ciudad. Algunas tallas eran del gran escultor Luis Fernández de la Vega, natural de Llantones, como el «San Juanín de la Barquera», así llamado por proceder de la desaparecida capilla de la Barquera. Los pasos eran en su mayoría de otro gran escultor, Antonio Borja, y su realismo calaba hondamente en la sensibilidad popular; uno de los sayones del paso de la «Coronación de Espinas» era popularmente conocido como «Cuatromoñinos». El Nazareno con la cruz a cuestas, también de Borja, tuvo igualmente gran impacto popular , siendo el modelo varias veces repetido. De Francisco Elías, escultor del siglo XIX, era la imagen de la Dolorosa y de José María López Rodríguez, natural de Ribadeo y autor de la estatua de Pelayo de la plaza del Muelle, era la de la Verónica.
Un notable conjunto lo forman las postales del colegio de la Inmaculada, regentado por los Jesuitas. Alguna debió ser realizada hacia el tiempo de su inauguración en 1890. Nos de vuelven la imagen que ofrecía el colegio en los años en que era alumno interno el gran escritor Ramón Pérez de Ayala, estancia más tarde recreada en su novela AMDG. Se pue den apreciar en la capilla y el comedor las copias de algunos cuadros famosos, obra al parecer del jesuita padre Urbina.
Se incluyen en este capítulo algunas de las capillas que acompañan a los palacios de la nobleza local, como la colegiata de San Juan Bautista, junto al de Revillagigedo, y la de la Trinidad, levantada por los Jove-Huergo.
VIII . EL MUELLE
El puerto local es uno de los temas más repetidos en las colecciones postales de Gijón. El conjunto reunido ofrece una imagen del muelle en unos años de intensa actividad, tanto como puerto carguero como pesquero. La postal que abre el capítulo, fechable hacia el cambio de siglo, da una idea aproximada del grado de colapso que se llegaba a alcanzar en la vieja dársena. Con poco calado y escasa capacidad, las faenas de carga y descarga se realizaban con gran lentitud, mientras en los muelles se amontonaban las diversas mercancías. Un ramal del Ferrocarril de Langreo llegaba hasta el mismo puerto, atravesando la calle del Marqués de San Esteban por una rampa elevada, hasta alcanzar el llamado muelle del carbón, donde las vagonetas eran descargadas en los barcos por medio de los viejos drops, sustituidos en 1910 por una grúa.
Otras grúas funcionaban en los muelles de Fomento, que habían sido construidos en las últimas décadas del XIX por la Sociedad de Fomento. También contaba con cuatro grúas el muelle de Santa Catalina o de Lequerica, además de otra quinta empleada para el manejó de las piezas de artillería de la Fábrica de Armas de Trubia, cuyo volumen provocaba gran congestión. Al lado de estos medios mecánicos, eran imagen habitual en los andenes los carros tirados por bueyes o de mulos. Una yunta con todo su atavío es el tema de una de las postales edita das por Benigno Fernández, coloreada y con una moldura haciendo de marco para lograr un gran efecto pictórico. Auténtica obra pictórica es la postal que reproduce una marina de Martínez Abades, pintor especialista en estos temas, que tuvo al puerto gijonés como tema frecuente de sus pinceles.
IX . EL MUSEL
Tras años de agrias polémicas y de varios proyectos nunca ejecutados, al fin, en 1893 die ron comienzo las obras para la construcción del nuevo puerto de El Musél, siguiendo el proyecto de Francisco Lafarga que había sido aprobado en 1891. Se trataba de construir un gran dique (dique Norte), más o menos perpendicular a la línea de costa, de 1.051 m. de longitud, y un muelle (muelle de Ribera) que partiendo de ese dique, correría paralelo a la costa en una longitud de 1.270 m. Dos de las postales recogen imágenes de los trabajos efectuados en los primeros años y otra ya de un momento más avanzado. Diversos contratiempos retardaron el avance de las obras, que hubieron de hacer frente a los habituales temporales según progresaba el dique, destruyendo en varias ocasiones parte de lo construido. En 1912, incluso, perecieron el ingeniero Alejandro Olano, jefe de las obras y reformador del proyecto inicial, y cuatro obreros, cuan do trataban de retirar la grúa Titán del extremo del dique.
A pesar de no estar rematadas las obras, el tramo de dique construido en 1905 permitía la realización de las operaciones de carga y descarga, por lo que se procedió a despejar la superficie del muelle de Ribera y a instalar por parte de la Compañía del Ferrocarril de Langreo las grúas y vías necesarias para las faenas de carga, inaugurándose el servicio en julio de 1907. El vapor «Jovellanos» fue el primero que atracó, realizando un cargamento de carbón; a partir de entonces continuó ya el servicio sin interrupción. Tras el Ferrocarril de Langreo, el Sindicato de Aboño-Veriña-El Musel instaló dos cargaderos sobre el muelle de Ribera, consolidando la función de puerto de tránsito carbonero de El Musél. Pronto, también, visitaron El Musel los grandes trasatlánticos que alimentaban el flujo migratorio hacia los países americanos. La presencia de estos grandes barcos, junto a los de la Escuadra española, suscitaban gran expectación, atrayendo hacia El Musél a numerosos curiosos. Una línea de tranvías comunicaba Gijón con El Musél y un pequeño vapor transportaba a los visitantes desde el puerto local.
X . INDUSTRIA Y SERVICIOS
Se recogen en este capítulo un conjunto heterogéneo de postales ilustradoras de las varia das actividades económicas desarrolladas en la ciudad durante el primer tercio de siglo. Componen una visión incompleta, pues faltan bastantes de los más importantes establecimientos industriales, al igual que es parcial la relación de los numerosos servicios ofrecidos en la ciudad. Se abre la serie con una vista de la Fábrica de Moreda y Gijón, fotografía realizada a fines del siglo pasado, pues aparece ya esta misma foto ilustrando el libro editado en 1899 con motivo de la magna Exposición Regional; contemporánea es la foto de la Azucarera de Veriña, que había sido publicada en el primer tomo del Asturias de Bellmunt y Canella; y algo posterior debe ser la vista del exterior de la Fábrica de Laviada, una de las primeras empresas establecidas en Gijón. Los Astilleros Riera se habían constituido en sociedad anóni ma de ese nombre en 1917, aunque existían desde 1901 como Riera y Cía. S. en C. Por su parte la Sociedad de Minas de Hierro y Ferrocarril de Carreño tenía desde 1902 la con cesión de un ferrocarril de uso particular y público entre Aboño y Candás, y diversos ramales a las minas de hierro de Coyanca, Piedeloro y Reguera}, en el concejo de Carreño; en la foto, aparece un depósito de materiales de la citada compañía.
Los bancos de Gijón, Castilla, Minero Industrial y un proyecto de edificio para la Caja de Ahorros, que no llegó a construirse, constituyen una muestra representativa de los establecimientos financieros. Los hoteles de España, Iberia y Malet son algunos de los varios existentes en el Gijón del primer tercio de siglo. Se incluyen también los mercados de Jovellanos y del Sur, obra ésta de finales del siglo XIX, y la nueva pescadería levantada a finales de los años veinte en sustitución del viejo mercado de San Lorenzo. Completan el capítulo una muestra de los servicios de trans porte, que va desde los primitivos tranvías tirados por mulas, cuyo servicio se inició en 1890, a los tranvías eléctricos que sustituyeron a los anteriores a partir de 1909; también aparecen algunas de las líneas de ferrocarril que atravesaban el concejo gijonés y la estación del Ferrocarril del Norte en Gijón.
XI . ACONTECER COTIDIANO Y EXTRAORDINARIO
Dos docenas de postales nos proporcionan la ocasión de rememorar algunas escenas del acontecer ciudadano. Unas formaban parte de la cotidianidad, como esas imágenes de grupos familiares en la playa o los bañistas adentrándose en el mar al amparo de la recia maroma; en otras se animaba el monótono discurrir diario por la celebración de un concurso de regatas o bien con las más infantiles construcciones de castillos en la arena. Convertida Gijón en capital veraniega asturiana, contaba con un amplio calendario de festejos repleto de diversas atracciones -publicitadas en otra de las postales- , que resultaban ser muy concurridas, según se observa en el concurso de cucañas celebrado en el puerto local.
La presencia de la familia real en el veraneo gijonés fue bastante frecuente durante el primer cuarto de siglo. El ya citado Joaquín A. Bonet recoge, en sus Pequeñas historias de Gijón , diversas anécdotas de esas estancias rea les, que contribuyeron a prestigiar a Gijón como centro de recreo veraniego. Al acontecer extraordinario corresponden esas imágenes de una solemne comitiva desfilando por la plaza Mayor o la ocasión del descubrimiento de una placa en memoria del famoso médico local Ja cobo Olañeta. También incluimos aquí una postal dedicada a la memoria del ilustre hijo de la ciudad Melchor Gaspar de Jovellanos.
A la solemnidad de la celebración de la Semana Santa ya hemos hecho mención en otro capítulo anterior, completándose ahora esa in formación con una muestra de otras varias pro cesiones que recorrían la ciudad en diversas ocasiones (Corpus, Domingo de Ramos, …).
Completan el capítulo dos postales que ilustran la práctica de dos deportes, ciclismo y fútbol, que lograrían con el tiempo reunir a amplias masas. La imagen de las vendedoras de pescado instaladas en la calle, de fuerte sabor costumbrista, constituye una visión poco frecuente entre las postales que hemos visto de Gijón. Resulta igualmente insólita la reproducción de una carroza funeraria en la última postal de este capítulo.
XII . ALREDEDORES Y ENTORNO RURAL
Una veintena de postales integran este capítulo, recogiendo algunas de las vistas que más frecuentemente completaban la versión ofrecida de la ciudad en las series o álbumes postales. Con la excepción casi de las vistas del Cabo de Torres, constituyen el recuerdo de un entorno dominado por lo rural, incluso en el ya por entonces centro residencial de Somió.
Muchos elementos y rincones que aparecen en estas postales han desaparecido hace ya bastantes años, y otros perdieron con el paso del tiempo y el desarrollo de esos núcleos gran parte del sabor que entonces tenían. La pasarela de madera tendida sobre el río Piles había sido inaugurada en 1901 y fue varias veces arrastrada por las crecidas; finalmente fue definitivamente desmontada en 1914, tras construirse el puente de piedra. El puente de la Guía, el río Viñao, la fuente de la Pipa son algunos de esos rincones, a los que hay que añadir los numerosos hórreos que entonces se levantaban en Somió. Algunas postales nos ofrecen la visión de las quintas residenciales que salpicaban la parroquia de Somió, destacando entre ellas la del Obispo.
TEXTOS DEL LIBRO OVIEDO
Son tantos y de tal magnitud los cambios experimentados por el casco urbano ovetense en la última centuria, que recuperar en imáge nes una visión de la ciudad en el primer tercio de este siglo es casi una operación de arqueología gráfica. Por un lado, la ciudad creció en extensión, incorporando nuevos espacios a la trama urbana con el fin de dar acogida a una población en constante aumento, que pasó de 13.979 habitantes en 1857, a 23.156 en 1900, y que llegó en 1930 a los 42.000, cifra aún cuatro veces menor que los más de 160.000 actuales. Por otro, se trastocó la fisonomía de su . núcleo histórico, debido a la desaparición de numerosas construcciones, la profunda alteración de otras subsistentes y la edificación de otras nuevas. Por último, la intensidad con que incidieron en Oviedo los acontecimientos políticos que agitaron Asturias en la década de los treinta -Revolución de Octubre y Guerra Civil-, se hicieron sentir de forma notable en el casco urbano. Por todo ello, en las poco más de trescientas ilustraciones de este libro, se puede entrever un Oviedo prácticamente desaparecido.
A pesar de la temprana instalación de la Fábrica de Armas en Oviedo (1794) y de su innegable papel en el progreso económico y demográfico de la ciudad, tanto por el volumen de la mano de obra empleada como por su influencia indirecta en el establecimiento de otras industrias metalúrgicas, como la fabrica de «La Amistad» de la que uno de sus socios promotores era el general Elorza, no será el sector industrial el gran dinamizador del crecimiento ove tense entre los años finales del siglo pasado y las primeras décadas del presente. El gran impulso se lo dará a Oviedo su función de capital desde la reorganización provincial de Javier de Burgos, con la potenciación de los servicios a ella asociados.
A su estratégica posición geográfica, equidistante de los centros mineros e industriales y de los principales puertos marinos, se vino a unir una privilegiada situación con respecto a las principales infraestructuras viarias. En el último cuarto de siglo se extiende y renueva la red de comunicaciones, tomando a Oviedo como centro. Hitos fundamentales de ese desarrollo fueron el trazado del ferrocarril de enlace con la Meseta, salvando la cordillera Cantábrica por su parte central (Pajares) y siguiendo la línea ya marcada por la anterior carretera de . Castilla; el ferrocarril de Oviedo a Trubia; la línea de Oviedo a Infiesto; o la carretera de unión con las vecinas provincias de Lugo (hasta Villalba) y Cantabria (hasta Torrelavega). Sede del gobierno y de la administración, Oviedo disponía además de la Universidad y pronto también de los principales recursos financieros, con el establecimiento en ella de varias casas de banca. Desde finales de siglo, por último, a la par que mejoraban las comunicaciones, se fue desarrollando el comercio para atender una demanda no sólo local sino de otras zonas menos dotadas. Fuera de la ciudad, pero dentro de su término concejil, se asentaba también un importante cinturón industrial, del que sobresalen la Fábrica de Armas de Trubia y la de explosivos de La Manjoya. Oviedo se convirtió así en el centro director de la actividad política y económica asturiana.
La población del concejo era en 1857 de 28.270 habitantes, de los que 13.979 correspondían a la ciudad; en 1900 la población concejil alcanzó la suma de 48.103 y el casco urbano 23.156, siguiendo ambos un crecimiento muy equilibrado. En 1930, sin embargo, el desarrollo de la ciudad superó ampliamente al del resto del concejo, siendo las cifras respectivas de 42.000 frente a 75.463. A partir de entonces será el núcleo urbano el principal receptor del crecimiento demográfico, configurando poco a poco la situación actual, en la que . éste acoge al 87 por cien del total de la población municipal. Ese crecimiento urbano de Oviedo no siguió las directrices de un plan de «ensanche» previamente estudiado y trazado. La función de planeamiento la asumieron dos ejes de enlace con el núcleo antiguo: uno era una especie de ronda o camino de circunvalación, que unía en ángulo recto las carreteras de Castilla y de Galicia por medio de las calles de Campomanes y de Santa Susana; el otro servía de unión con la estación del Ferrocarril del Norte y era el seguido por la calle de Uría, que primero se convertiría en centro residencial de la burguesía y luego en centro comercial
Hasta mediados del siglo pasado, la ciudad de Oviedo llegó sin apenas desbordar el marco impuesto por la muralla levantada en el siglo XIII, durante el reinado de Alfonso X el Sabio. Asentada en lo alto de una colina, la capital asturiana había nacido en torno al monasterio de San Vicente, que fundaran en 761 Máximo y Fromestano, y a la iglesia de San Salvador, levantada por el rey Fruela I y restaurada por su hijo Alfonso II, y vivió los siglos medievales reconcentrada sobre su núcleo original. Sólo algunos centros religiosos como los monasterios de la Vega, San Francisco o Santa Clara osaron traspasar el cerco murado. La estrechez de ese marco se puso de manifiesto ya en los siglos modernos, cuando las nuevas necesidades sociales y culturales hubieron de buscar fuera del recinto amurallado el espacio necesario para su desarrollo: el Ayuntamiento, la Universidad, la Casa de Comedias, el Hospicio, la plaza del Fontán. Desde comienzos del XIX, el crecimiento demográfico, la incipiente industrialización y, sobre todo, los cambios políticos (desamortización eclesiástica, ascenso de la burguesía …) clamaban por la desaparición de «las renegridas y descarnadas cercas que por partes la rodean y, con ellas, los arcos antiguos de la Soledad y la Noceda, cuya estrechez y pesados mosaicos asombran las calles a que dan entrada…», escribía José Caveda y Nava en su Historia de Oviedo, redactada en 1844.
Poco a poco fueron abatidos los viejos muros y desmontados los arcos de las puertas, y su derribo fue una especie de signo premonitorio que anunciaba un futuro incierto a otros vetustos edificios y construcciones, que habían perdido en los nuevos tiempos el sentido que tuvieron en el pasado. Tras varios siglos encerrada entre sólidos mu ros, surcada por estrechas calles y no más anchas plazuelas, parecía como si la capital asturiana se sintiera ahogada entre las viejas piedras y ansiara apresuradamente nuevos espacios. Primero cayeron por los suelos las cercas y tapias de los monasterios desamortizados, luego siguieron en algunos casos los mismo edificios. Las viejas iglesias parroquiales de San Juan y San Isidoro, los monasterios de San Francisco y la Vega, los colegios de San Matías y San Gregario, la cárcel y los restos del castillo-fortaleza, la casa de los Gobernado res, el cuartel de Milicias, etc., fueron algunos de los monumentos que desaparecieron de la faz de la ciudad entre fines del siglo pasado y las primeras décadas del presente. ·
Algunos, parece, se salvaron por poco del ansia renovador y demoledor. Caveda y Nava, en la citada Historia de Oviedo, lamentaba la falta de grandiosidad de la plaza Mayor o Principal, ante el Ayuntamiento, que «no corresponde, sin embargo, por su estrechez, a un pueblo de las circunstancias de Oviedo>, y proponía una posible solución: «Su ámbito, demasiado reducido, pudiera agrandarse si, demolido el templo de San Isidoro, se corriese hasta la calle del Rosal», aunque reconocía que «siempre presentaría un espacio demasiado estrecho». Si menguada resultaba la superficie que ofrecía la plaza Mayor, no disponía de mayores aires la plaza de la Catedral. Era ésta, en descripción de Caveda, «un reducido cuadrilongo, harto mezquino para servir de desahogo al magnífico templo que la decora, si bien de planta regulan>. Ciertamente no muy amplia, la plaza catedralicia constituía un bello rincón, cerrado su perímetro por soporta les de arcos rebajados -al estilo de las casas del Arco de los Zapatos-, sobre los que se levantaban las viviendas, abiertas a la plaza por regulares huecos y balcones de madera.
En los años veinte de este siglo se planteó la idea del ensanche de la plaza de la Catedral, requiriendo el Ayuntamiento la opinión de instituciones y personalidades de la cultura sobre el asunto. Favorable a la ampliación se manifestó el Cabildo catedralicio en 1925, pues consideraba la plaza «insuficiente a todas luces para contener la multitud de personas» que se congregaban en las solemnidades procesionales u otras manifestaciones populares de religiosidad. La Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Oviedo, presidida por Rogelio Jove Bravo, se mostró favorable al derribo de las casas que circundan la plaza, al no existir, en su parecer, «razón ni fundamento alguno de carácter histórico-artístico que aconsejen la conservación de las expresadas viejas edificaciones de mal aspecto, sin estilo arquitectónico ni arte antiguo ni moderno y que empequeñecen o dificultan la debida observación, en todas sus proporciones y hermosos detalles, de nuestra magnífica Torre…». También la Academia de Bellas Artes de San Salvador de Oviedo, de la que era entonces presidente Ramón Prieto, emitió un informe favorable al ensanche, aunque para ello fuese inevitable el derribo de las casas que obstaculizaban la visión de la esbelta torre catedralicia. En contra se pronunciaron el pintor José Ramón Zaragoza, el escultor Víctor Hevia y los arquitectos Luis Menéndez Pidal, padre e hijo, opinando que debía «respetarse la ciudad antigua sin alterar la disposición de sus calles, encrucijadas y plazas, conservando así su fisonomía peculiar. También se manifestaron partidarios de la conservación, en atención al interés histórico-artístico del conjunto, la Comisión Provincial de Monumentos, las Academias de la Historia y la de Bellas Artes de San Fernando, instando su declaración como «monumento histórico-artístico adscrito al Tesoro Artístico Nacional».
A pesar de tan cualificados pronunciamientos, parece eran mayoritarios los partidarios del derribo, opinión a la que no era ajeno el propio Ayuntamiento ovetense. «En la ciudad de Oviedo se ha de reconocer que el derribo arrastra la opinión y no solamente la vulgar, amiga de toda modernización y ensanche, y tantas veces ciega por toda belleza histórico-artística o meramente significativa», se admitía en un oficio del Gobernador Civil, de agosto de 1930, en el que tras señalar «la responsabilidad histórica del mal aconsejado Ayunta miento de Oviedo», se autorizaba la prosecución del derribo, dado el estado avanzado en que éste se hallaba. Los trabajos de demolición se habían iniciado a comienzos de 1930, poco después de conocerse la disposición testamentaria de Luis Muñiz Miranda -notable fotógrafo, por otra parte- en la que legaba una importante suma al Ayuntamiento de Oviedo para llevar a cabo el ensanche de la plaza. Fue entonces cuando un grupo de intelectuales y artistas, entre los que se contaban Ramón y Luis Menéndez Pidal, Claudio Sánchez Albornoz, Ramón Pérez de Ayala, Rafael Altamira, Mariano Benlliure, José Ramón Zaragoza, José R. Mélida y otros, suscribieron un escrito En defensa del antiguo Oviedo. «De nuevo la piqueta incivil amenaza la fisonomía histórica de una urbe milenaria y pulcra», comenzaba . el texto, de gran belleza literaria, salido de la pluma de Ramón Pérez de Ayala. «¿Por qué no respetar la ciudad del pasado?
¿En nombre de qué intereses, necesidades o ideales se pretende arruinar uno de los parajes más venerables y hermosos del heroico y venerable Oviedo?», se preguntaba en otra parte del escrito, que ter minaba: «Y supuesto que la voluntad explícita de Oviedo se pronunciase por la demolición; aun en este caso, le negaríamos el derecho a realizarla. La voluntad de lo que pudiéramos llamar ciudad militan te no tiene fuero sino sobre la ciudad futura. Sobre la ciudad pasada impera la voluntad de los muertos. De todos los muertos de antaño y no de un ciudadano singular (sin dejar de conocer la nobleza de sus intenciones), que transmite a los vivos su voluntad póstuma de desbaratar la ciudad de los muertos».
No fue ésta la única intervención polémica en el urbanismo ovetense anterior a la Guerra Civil. El 2 de octubre de 1879 había sido abatido el simbólico «Carbayón», el centenario roble que dio su nombre a los ovetenses, y el 11 de enero de 1915 se inició la demolición del acueducto de los «Pilares», otro de los elementos definitorio de la ciudad durante siglos. Ambas actuaciones fueron precedidas de amplias y apasionadas discusiones . Contra el derribo de los «Pilares» presentó el cronista de Oviedo Fermín Canella un documentado recurso, en el que denunciaba «el ciego espíritu de devastación de las autoridades» municipales y su «mal entendido celo», mientras la prensa local aludía a la «bárbara piqueta municipal». Detenida su destrucción momentáneamente por la mediación de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el derribo se consumó poco después, rindiendo tributo a una extraña idea de progreso que siempre conllevaba la desaparición del legado de nuestros antepasados.
Las conmociones políticas de la década de los treinta terminaron de arrasar gran parte de lo que quedaba en pie. Entre la Revolución de Octubre y la Guerra Civil, se calcula que tres cuartas partes del caserío ovetense resultó destruido. No sólo los barrios periféricos o las áreas de nueva urbanización fueron afectados, sino el mismo núcleo histórico del Oviedo intramuros. El conjunto catedralicio, el palacio arzobispal, los monasterios de San Vicente y San Pelayo, el palacio de la Audiencia, la Universidad, el teatro Campoamor y otros muchos edificios singulares o -casas de viviendas quedaron poco me nos que reducidos a escombros. A pesar de la reconstrucción emprendida en la posguerra, fue mucho lo perdido para siempre y notables las alteraciones en lo recuperado. La torre de la Catedral, por ejemplo, perdió algo de su esbeltez, y el rosetón que ilumina la nave central nada tiene que ver con el original, por citar tan sólo uno de los edificios más emblemáticos.
Cuando en 1961 se celebraban orgullosamente los actos conmemorativos del XII Centenario de la fundación de la ciudad, eran ya notables los cambios experimentados por Oviedo en relación a la ciudad de apenas un cuarto de siglo antes. La reconstrucción se había llevado a cabo quizás con inevitables alteraciones, pero en las décadas siguientes continuaron con más intensidad las reformas o derribos desvirtuadores de la fisonomía urbana. La ya vieja polémica urbanística volvió a resurgir ante desafortunadas intervenciones amparadas o consentidas por las autoridades municipales. Hitos de esas intervenciones pueden ser la desastrosa remodelación del monasterio de Santa Clara, contra la que se manifestaron en setiembre de 1962 un grupo de ciudadanos ovetenses entre los que se contaban el historiador Juan Uría Ríu y el pintor Eugenio Tamayo, que se declararon clarisos, es decir, defensores del histórico monumento, siendo considerados por la prensa local, autoridades y público en general -abiertamente partidarios del derribo-, como representantes de lo que llamaban «papanatismo histórico-arqueológico». De entonces acá fueron desapareciendo la práctica totalidad de los chalés familiares de la burguesía finisecular, rematada con el derribo de la quinta de Herrero en la plaza de San Miguel y el palacete de Concha Heres frente al Campo de San Francisco en los setenta, y otras construcciones singulares, como el palacio del marqués de la Rodriga en la calle de Campomanes o la sangrante destrucción de la estación del Ferrocarril Vasco Asturiano a fines de los ochenta, en medio ya de la protesta ciudadana.
LOS INICIOS DE LA TARJETA POSTAL
Como es sabido, la tarjeta postal empezó a utilizarse como medio postal diferenciado en el siglo pasado, exactamente a partir del 1 de diciembre de 1873, cuando la Dirección General de Correos y Telégrafos puso en circulación la llamada «Tarjeta Postal de España». Unos años más tarde, con ocasión del segundo Congreso Postal celebrado en París en _ 1878, se acordó la constitución de la «Unión Postal Universal», leyenda que figuraría en todas las postales de los países integrados en este organismo, al tiempo que se reglamenta su uso como «tarjeta abierta de franqueo reducido», en la que el anverso se reserva para la dirección del destinatario, mientras el rever so acoge el mensaje remitido. A finales de 1886, la Dirección General de Correos cedió su monopolio y autorizó a los particulares la emisión de tarjetas postales, si bien debían respetar el diseño oficial. Las primeras tarjetas postales eran simples cartulinas impresas con las marcas oficiales, pero a partir de la autorización de su emisión a editores privados, éstos se esforzaron por decorar el anverso con los más variados y llamativos motivos. También las casas comerciales vieron en ellas un buen soporte para sus anuncios publicitarios, y muy pronto hoteles, balnearios y lugares de recreo, sobre todo, aprovecharon este medio como reclamo propagandístico entre sus clientes. Surgió así, en seguida, lo que se podría considerar como matrimonio entre la tarjeta postal y la fotografía, que acabaría imponiéndose a otras modalidades decorativas igualmente valiosas y meritorias.
La tarjeta postal logró de inmediato una gran aceptación, pues además de ser su franqueo más barato, la amplitud de sus emisiones permitía un precio aceptable -una peseta la docena-, que contribuyó a popularizar la fotografía, hasta entonces de más elevado coste. Además de su uso postal, las tarjetas fueron coleccionadas casi desde el comienzo de su emisión, llegando incluso algunas casas editoras a realizar álbumes para conservar y guardar los ejemplares; también se editaban copias a mayor tamaño para enmarcar, vistas panorámicas en dípticos o trípticos, y series encuadernadas en librillos, tanto para coleccionistas como para usuarios habituales de la postal. Testimonio de esa afición es el siguiente anuncio, inserto en el diario ovetense El Carbayón, de comienzos de este siglo:
TARJETAS POSTALES
Poemas Campoamor. ¡Quien supiera escribir!- Memorias de un sacristán. Colección 150 Verdaderas preciosidades artísticas. Gran variedad en fantasía de todas las naciones.- Se remiten a provincias. «Madrid Postal». Alcalá, 2.
Las ilustraciones no ocupaban, al principio, toda la cara de la postal, sino que se reservaba un espacio en blanco para el mensaje escrito, que muchas veces llega a superponerse a la misma imagen. El atractivo de la ilustración llevará pronto a ocupar un mayor espacio, llenando . totalmente una de las caras, pasando el mensaje escrito al reverso de la misma, a pesar de que en él suele figurar la advertencia de que ese lado se reserva sólo para la dirección. La temática era variada, pero en seguida dominaron las vistas de ciudades. Aparte de los monumentos más señalados, también aparecen reflejadas en las tarjetas las plazas, calles, jardines, fábricas, estaciones y todo un sinfín de elementos conformadores de la realidad urbana del momento, amén de curiosas instantáneas de la vida cotidiana o de sucesos más o menos extraordinarios o excepcionales en el discurrir diario de una ciudad. Es gracias a esa decidida vocación urbana de la tarjeta postal que se puede recuperar hoy, aunque sólo sea en imagen, algunos de los rincones, conjuntos o edificios desaparecidos a lo largo del siglo de existencia con que cuenta ya la tarjeta postal. Así, los tres centenares de postales reunidas en este libro permitirán a algunos descubrir la imagen de un Oviedo que ya es historia, y a otros, quizás, recordar secuencias de una realidad vivida y largo tiempo olvidada.
Fotógrafos, editores e impresores
La historia de la fotografía en Asturias es un capítulo que todavía está por escribir en su mayor parte. Se conocen, sin embargo, algunos de los fotógrafos instalados en Oviedo entre los años finales del siglo XIX y comienzos del XX, si bien ignoramos si tuvieron alguna participación en las primeras postales ilustradas con vistas de Oviedo. Normalmente en las postales aparece indicado el editor de las mismas y también, en algunos casos, el impresor, pero es bastante excepcional que figure el nombre del fotógrafo autor de las vistas reproducidas. Es lógico pensar que los editores hayan requerido los servicios de fotógrafos asentados en la localidad, pero de momento no hay modo de establecer tal relación. Así, de los hermanos Ramón y Fernando del Fresno Cueli, que a finales de siglo tenían sendos estudios foto gráficos muy acreditados, no conocemos ninguna relación con el mundo de la postal. Un hijo de Ramón del Fresno, Arturo del Fresno y Arroyo, establecido en Villaviciosa en torno al cambio de siglo, sí dejó una amplia producción de postales.
Al no llevar las postales el año de emisión, su fecha se determina con cierta aproximación por el matasellos de algunas circuladas, la data que figura en el mensaje manuscrito, por algún detalle significativo de la ilustración (edificios en construcción, obras de urbanización, etc.) o por otras características más o menos significativas. A fin de dar algunos datos sobre los fotógrafos, editores e impresores de las postales reproducidas en este libro, así como de sus fechas de circulación, vamos a establecer dos grandes grupos, uno el de las producidas en o desde Asturias, y el otro correspondiente a edito ras asentadas fuera de nuestra región.
Entre las primeras postales producidas en Oviedo se encuentran las firmadas por L. Guillaume, librero que primero estuvo establecido en la calle de Cimadevilla, de donde pasó en torno al cambio de siglo a la de Magdalena, 9, con el nombre de librería y papelería «La Nueva»: Suyas son tres postales, una vista general de Oviedo, otra de Los Pilares y una tercera con la fachada este de la Universidad, a las que hay que añadir otra del palacio de la Rúa, que aparece con el membrete de librería «La Nueva», las cuatro fechables en torno a 1900. La foto del palacio de la Rúa debe ser de Luis Muñiz Miranda (1850-1927), fotógrafo no profesional con una obra de gran calidad artística que ha sido utilizada en diversas publicaciones, como el Asturias de Bellmunt y Canella (ésta en concreto aparece reproducida en el tomo I, de 1895, aunque no consta su nombre) o las Bellezas de Asturias de Aurelio de Llano. En 1905, según Juan Fernández de la Llana ( Un estudio sobre el Oviedo viejo: sus librerías), la librería «La Nueva» pasó al cargo de Mario Guillaume, que creemos es el «M.O. Oviedo» que firma un numeroso y notable grupo de postales, fechable entre 1900 y 1910. Este Mario Guillaume, suponemos, era él mismo autor de las fotografías, pues aparece citado junto a otros fotógrafos, como L. Vinck, J. Peinado o Gómez de Luarca, en el prólogo del libro de Antonio Nava Valdés, Turismo: Asturias (Guía para el turista), impreso en Luarca en los talleres de Ramiro P. del Río, en 1914.
Octavio Bellmunt, además de colaborador de Fermín Canella en la realización del famoso Asturias, fue fotógrafo notable y editor de Suya es la fotografía del paseo de Silla del Rey, ya publicada en el tomo I del citado Asturias (1895), y la vista general de Las Caldas, que apareció en el tomo III (1900), cuando su empresa tipográfica llevaba el nombre de Bellmunt y Díaz. La Compañía As turiana de Artes Gráficas fue fundada en Gijón en 1901 por Mencía y Paquet, dedicando una parte de sus trabajos a la edición de posta les. Fechables en 1903 son cuatro postales aquí reproducidas, que corresponden a una serie B (núms. 2, 3, 5 y 9), dedicada a Oviedo. También debe ser de Artes Gráficas la vista de la plaza del Ayunta miento (II, 2), aunque no consta en la tarjeta. La ilustración en estas postales de Artes Gráficas de Gijón no ocupaba toda la cara, reservando un espacio en blanco para el mensaje; su calidad, por otra parte, estaba bastante por debajo de otras tarjetas contemporáneas.
Ramón García Duarte estaba establecido en Avilés, en la calle de San Bernardo, en 1904; ya en la década de los veinte aparece en Oviedo, con domicilio o estudio en las calles de Gil de Jaz y Uría, Fue retratista acreditado, además de fotógrafo de gran parte de los tesoros artísticos de la Catedral. Suyas son dos postales de la Fábrica de Armas de Oviedo, que debieron formar parte de una serie más amplia, impresas por una Heliotipia A.J., que no conoce mos. Celestino Collada tenía la Librería Religiosa en la calle de Uría, 26, donde se vendían postales y fotografías de toda Asturias, hechas por su hijo «Tinín» Collada, que adquirió por ello justo renombre (según Juan Fernández de la Llana, Un estudio sobre el Oviedo viejo: sus librerias. Oviedo, 1974, pág. 49). De él se reproducen media docena de postales, fechables en la década de los veinte o comienzos de los treinta, algunas de ellas impresas en Barcelona por Huecograbado Mumbrú, empresa tipográfica que desde 1915 se dedicaba a la impresión y comercialización de postales.
Un grupo muy numeroso de postales fueron editadas por tres librerías o papelerías ovetenses, La Escolar, La Esfera y Astorga, entre 1915 y 1930. La Escolar estaba establecida en la calle de San Francisco aproximadamente desde 1915, siendo su propietario Ángel Astorga. Desde su apertura y a lo largo de la década de los veinte editó numerosas series de postales, tanto de Oviedo como del resto de Asturias, todas ellas impresas en la fototipia madrileña de Hauser y Menet. Las reproducidas en este libro pueden fecharse entre 1915 y 1925, aunque sólo de una (la VII, 7) disponemos de una fecha antequem, al ir matasellada en diciembre de 1917. La librería La Esfera se encontraba en la esquina de las calles de Argüelles y Mendizábal, siendo su primer propietario Vicente Martínez, que en 1925 la traspasó a Celestino Morilla Bango. Las postales editadas por La Esfera fueron impresas por la fototipia Thomas de Barcelona y deben fecharse en torno a 1925. De la papelería Astorga ·no conocemos su ubicación ni fecha de apertura, aunque debe ser posterior a las otras dos librerías. Sus postales pueden fecharse entre 1925 y 1930, y fueron impresas también por Hauser y Menet de Madrid.
El balneario de Las Caldas hizo ediciones de postales publicitando sus instalaciones y todo el entorno de Las Caldas. Las más antiguas, fechables en torno a 1900, aparecen como «cliché propiedad de M. Buylla», dueño del balneario, y sin indicación de la empresa impresora. Algo posteriores son otras dos postales editadas por Balneario «Caldas de Oviedo» (S.A.) e impresas en Hauser y Menet. Las hermanas Fedriani, que poseían una mercería en Trubia, editaron varias postales de esta villa fabril y de sus alrededores a comienzos de la segunda década de este siglo. Dos con matasellos de 1913 fueron impresas por Hauser y Menet; otras dos, algo posteriores, fueron realizadas por la fototipia Thomas de Barcelona. Completa la serie de editores ovetenses cuyas postales se recogen en este libro, una denominada «colección Agrotsa. Oviedo», fechable en la segunda dé cada del siglo, y otra llamada edición «La Panoya» (¿algún establecimiento comercial?, con local en Fruela, 7), de la que se incluye una postal impresa por huecograbado Fournier de Vitoria, hacia 1930. Entre las más antiguas postales de Asturias se encuentran las de Villegas, fotógrafo del que no conocemos otra obra ni más referencia que sus postales. Las primeras, con el título de «colección Asturias», son anteriores a 1900; las siguientes llevan el título de «Asturias» y comprenden 6 series designadas con letras de la A a la F, y numeración de 1 a 9 (en las vistas por nosotros), e incluyen temas de toda Asturias, desde Covadonga a Cangas de Tineo o Corias, pasando por Oviedo, Gijón o Pajares. Todas fueron impresas en Hauser y Menet, que reutilizó más tarde algunas de las fotos sin indicar ya el nombre del fotógrafo. Estas segundas se fechan entre 1901 ó 1902, según los matasellos que aparecen en algunas circuladas. De hacia 1905 son cuatro postales coloreadas editadas por la Librería General de Santander que emitió postales de otros lugares de Asturias (hemos visto de Gijón y Covadonga), siempre impresas en Munich por la Purger & Co. También editó postales de Asturias (Gijón y Covadonga, además de Oviedo) «E.J.G. París-lrúm>, aproximadamente hacia 1910.
La fototipia de Hauser y Menet, fundada en Madrid en 1890 por los tipógrafos suizos Osear Hauser y Adolfo Menet, fue una de las más importantes empresas de edición e impresión de postales, con amplias tiradas que cubrían todo el territorio español. Las primeras de las aquí reproducidas, en las que figura su nombre impreso en el dorso, corresponden al primer quinquenio de este siglo (1900-1905), mientras el resto no es posterior a 1910. También imprimieron de su fondo fotográfico numerosas postales para otras casas, como la librería Escolar o la papelería Astorga, por ejemplo. Lacoste, sucesor de Laurent en Madrid, fue fotógrafo y editor de postales, entre las que reproducimos una (IX, 16) que constituye un ejemplo de los frecuentes errores cometidos por estas editoras, pues sitúa una pareja con el traje maragato junto a unas fotos de Oviedo. La fototipia de Castañeira, Alvarez y Levenfeld de Madrid fue otra gran empresa tipográfica, editora de sus propias postales e impresora de otras por encargo, como debían ser las de hoteles incluidas en el libro. En su mayor parte deben fecharse en torno a 1920. También de la década de los veinte es el conjunto de postales editadas por Grafos, casa fotográfica de Madrid, y el de ediciones «Unique».
La fototipia de J. Thomas era en Barcelona el equivalente de Hauser y Menet en Madrid, y como ella editora e impresora de postales. Se incluyen una buena muestra de las editadas por ella, correspondientes aproximadamente a la década de 1910 a 1920, y otras impresas en sus talleres para la librería «La Esfera», a la que ya nos hemos referido. De Barcelona también era el fotógrafo Luciano Roisin, con una amplia producción de postales fechables entre 1920 y 1940. Completan la serie de editores, Alberto Martín, de Barcelona que publicó un Portfolio fotográfico de España , hacia 1915, del que hemos tomado algunas de las fotos del capítulo dedicado a Oviedo; Arribas de Zaragoza, con una postal de hacia 1920; J.N.B., siglas cuyo significado ignoramos, con otra única postal de hacia 1910; y Arte. Bilbao, ya de la década de los treinta. Unas pocas no tienen referencia alguna ni de editor ni de impresor y corresponden a fechas muy diversas-
Aparte queda el conjunto de postales editado tras la Revolución de Octubre y Guerra Civil, de las que existen varias series. Dos, con los títulos de «Oviedo, ciudad mártir, 5 al 14 de octubre de 1934» y «Oviedo, ciudad mártir, invicta e invencible, 19 julio 1936 al 21 octubre 1937», y formato de 17,5 por 12 (mayor que el normal de la postal: 14 por 9 cm aproximadamente), no llevan referencia alguna de editor, aunque debió ser algún organismo oficial. También editó postales sobre los destrozos de la Revolución de Octubre el Patronato Municipal de Turismo, con fotos de Mendía, fotógrafo del diario Región. Entre los editores particulares, Juan Gil Cañellas, establecido en la calle del Marqués de Santa Cruz, 8, de Oviedo, emitió una colección titulada «Oviedo, ciudad mártir; este Juan Gil Cañellas había publicado en 1933 un álbum titulado Las bellezas de Asturias, con cientos de fotografías de toda Asturias y diversa temática. De fuera de nuestra región, sólo conocemos algunas posta les sobre la Revolución del barcelonés Luciano Roisin.
La presente colección
Se han reunido en este libro poco más de trescientas postales, con fechas que van desde fines del siglo x1x hasta el fin de la Guerra Civil (1936-1937), y se han agrupado de forma temática en diez capítulos. A pesar de los cientos de postales de esas fechas que sobre Oviedo se emitieron, hay rincones, calles, edificios, detalles, etc., que pasaron desapercibidos, no merecieron el interés de los fotógrafos o simplemente no hemos dispuesto de ellas para la elaboración de este libro. Los temas de las postales eran recurrentes en las colecciones de los diversos editores; así, mientras no suele faltar en ninguna la Catedral, la plaza Mayor, La Escandalera, la calle de Uría o el parque de San Francisco, por citar algunos de los motivos más frecuentes, hay muchas calles, edificios, plazas, rincones que nunca debieron ser objeto de ilustración postal. A pesar de ello, la presente colección da una idea bastante completa del Oviedo del primer tercio de siglo, rescatando partes muy significativas del núcleo histórico y monumental, la ciudad más moderna producto del «ensanche» articulado en torno a la calle Uría, así como numerosos edificios represen tativos de la orientación hacia los servicios de la capital asturiana. No se olvida tampoco el propio extrarradio de la ciudad y algunos lugares de su concejo, entre los que tienen una situación destacada Las Caldas, por su significado como centro de turismo, y Trubia, por su importancia fabril; otras localidades, por el contrario, no debieron llamar la atención de los editores de postales.
La realización de este libro no hubiera sido posible sin la generosa y desinteresada colaboración de Octavio Vinck, a cuya colección pertenecen las postales originales de las que se han obtenido los fotolitos aquí reproducidos. Nuestro agradecimiento a su paciente labor y participación decisiva en la elaboración de este libro, del que es autor tanto como nosotros.
Las postales, salvo algunas excepciones, tienen unas medidas aproximadas de 13 ó 14 cm por 8 ó 9, aunque para su reproducción se ha adoptado un tamaño uniforme de 13 por 8, y en algunos casos se han ampliado a un formato algo mayor; las que van a doble página corresponden a originales en díptico, con doble tamaño del normal.
I . VISTAS
Hay un elemento común a todas las vistas de Oviedo aquí recogidas, y es la presencia dominante del conjunto formado por la Cate dral y los monasterios de San Vicente y San Pelayo. Levantada la Catedral sobre el solar de la primitiva fundación de Oviedo, en lo alto de la colina que dio origen a la ciudad, su torre sobresale resueltamente sobre el caserío de su entorno, dejando claro testimonio de un pasado de dominio y protagonismo eclesiástico en la historia ovetense. Otras torres de iglesias o de monasterios son el exponente arquitectónico de la expansión de ese dominio y protagonismo a lo ancho del territorio urbano de este primer tercio de siglo.
Otro elemento destacable de este conjunto de vistas es la abundante presencia de espacios verdes en los aledaños de la ciudad, con campos o huertas cultivadas que llegan hasta los mismos límites impuestos por el caserío de la época. Un monte Naranco, desnudo de edificaciones, hace de contrapunto al paisaje urbano, destacando su silueta en las vistas tomadas desde la carretera de Castilla.
II. PLAZAS
Las referencias establecidas por algunos edificios singulares dan continuidad a algunas de las plazas recogidas en este capítulo, a pesar de los cambios operados tanto en su contorno como en el espacio interior. El viejo casco medieval, con su estrecho callejero, apenas permitía modestos ensanchamientos en la encrucijada de• varias calles o ante algunos notables edificios, como era el caso de la plaza de la Catedral o la de Porlier, antigua plaza de la Fortaleza; otras plazas surgieron al tiempo que la ciudad se expansionaba más allá de las mu rallas a lo largo de los siglos modernos, en el entorno de alguna de las viejas puertas, siendo ejemplos de ello la plaza Mayor y la de Riego. Más reciente es la plaza de La Escandalera, producto ya del acondicionamiento de un viejo espacio de encuentro en los límites del Campo de San Francisco con las nuevas calles de Uría Y Fruela, trazadas a finales del siglo XIX.
La plaza Mayor o de la Constitución, nombre actual y que ya recibiera por primera vez tras la proclamación de la Constitución de Cádiz en 1812, tiene en el edificio del Ayuntamiento, construido en el siglo XVII sobre una de las puertas que franqueaba la muralla porel sur, y en la iglesia de San Isidoro, antigua sede de los Jesuitas, iniciada a fines del XVI, sus dos elementos definidores. De forma alargada y un tanto estrecha, ha sufrido sus mayo res cambios desde comienzos de siglo, en las construcciones que forman su lado este, según se puede apreciar en las postales correspondientes. La de Riego conserva la columna metereológica coronada por el busto del geólogo alemán Guillermo Schulz, pero ha perdido el viejo «caño de Cueto», al igual que la barroca casa de este regidor ovetense, derribada hacia 1910 para construir la nueva Facultad de Ciencias, hoy convertida en un anexo administrativo de la Universidad.
La plaza de Porlier cobró prácticamente su aspecto actual en 1903, cuando se rebajó e igualó el nivel del suelo con el de las aceras, momento al que corresponde una de las postales (11, 7). En el centro se trazaron unos jardines, antecedente de los actuales, mientras que en la década de los veinte desaparecía la antigua cárcel para construir en su lugar el edificio de la Telefónica. Audiencia, palacio de Toreno, antiguo banco Asturiano, mantienen en esta plaza el carácter que tenía casi a comienzos
III. CALLES
La calle de Cimadevilla, que inicia este capí tulo, formaba a comienzos de siglo, junto con las de La Magdalena y la Rúa, el centro comercial de Oviedo, todavía en pleno corazón de la antigua ciudad. Ese papel fue ocupado paulatinamente por la calle de Uría, que primeramente era el centro residencial de una emergente clase social de comerciantes, indianos, burgueses, críticamente retratados en La Regenta de Clarín, y luego se convirtió en núcleo del ensanche de la ciudad y en centro comercial y ciudadano. Ese protagonismo en la vida ciudadana de la calle de Uría se ve reflejado también en las series postales, pues son precisamente las áreas más modernas, reflejo del triunfo de lo nuevo sobre lo antiguo e imagen del progreso, uno de los temas preferidos de ilustración. La calle de Uría ocupa así algo más de la tercera parte de este capítulo, con vistas de los distintos tramos de la calle y de los edificios o con juntos de ellos más significativos de la nueva arquitectura.
En la actualidad han desaparecido la totalidad de palacetes · que ocupaban la acera de los impares, mientras se conservan con algunas alteraciones los bloques de viviendas de la acera de los pares, con sus balcones y miradores. Fuera de la de Cimadevilla, las estrechas calles del casco antiguo apenas reclamaron la atención como tema de la tarjeta postal y sólo figura aquí la calle del Fierro, a la que dan realce los soportales del Fontán y la iglesia de San Isidoro. La presencia la Universidad en uno de sus laterales, también, hace que la actual calle de Ramón y Cajal sea muy representada. Otras calles ya con larga historia, pero que experimentaron grandes cambios en las remodelaciones urbanísticas operadas desde el siglo pasado , cobrando nuevo aspecto, fueron motivo de ilustración, como es el caso de las calles de Rosal, San Francisco, Porlier, Argüelles o Jovellanos, y el conjunto de la Puerta Nueva o de la plaza de Santo Domingo. El resto de las calles aquí recogidas pertenecen ya a la ciudad emergente· con el nuevo siglo, como son las del Conde de Toreno, Marqués de Santa Cruz, Campo manes, Fruela y algunas otras.
IV. CAMPO DE SAN FRANCISCO
La urbanización de las calles de Uría, Conde de Toreno, Santa Susana y Marqués de Santa Cruz delimitó el espacio actual del Campo de San Francisco en torno al último cuarto del siglo pasado. Con anterioridad, una parte del Campo, que entonces tenía mayor extensión, era ya espacio de uso público, mientras el lateral más próximo al convento de San Francis co, que se levantaba en el solar de la actual sede de la Junta General del Principado, ser vía de huerta y jardín de los monjes franciscanos. Tras la Desamortización, esta parte del Campo pasó a poder del Ayuntamiento, que lo cedió en 1846 a la Universidad como Jardín Botánico, hasta que en 1871 recuperó su posesión y derribó las tapias, incorporando su terreno al del resto del Campo; una parte del antiguo Jardín fue ocupada por la nueva calle del Marqués de Santa Cruz.
En la parte más baja del Campo, una vez abierta la calle de Uría, se trazó el paseo de los Álamos, que se dividía en dos partes longitudinales por una hilera de esos árboles, según se aprecia en algunas de las postales. En 1925, el Ayuntamiento ordenó talar los álamos para dar mayor amplitud al paseo, adquiriendo más o menos su perfil actual. En el extremo más próximo a la calle del Marqués de Santa Cruz se hallaba instalado desde 1912, aproximada mente, el cine Fandiño (IV, 1), construido con estructura de hierro y madera, que había sido anteriormente pabellón de «varietés», y también un urinario público y un quiosco. Otros elementos desaparecidos del Campo de San Francisco fueron la Rosaleda, cuya plantación se había iniciado en 1928 y se mantuvo duran te cuatro décadas, y el pabellón del casino en el Bombé, proyectado por el arquitecto de la Diputación Nicolás García Rivero en 1896, que permaneció en pie hasta la década de los veinte. Se hallaba situado muy próximo al quiosco de la música, proyectado por Miguel de la Guardia en 1887, y como todas estas obras de cierto carácter efímero estaba construido de hierro y madera con algunos acristalamientos. El paseo de Bombé, de otra manera, aparece como en la actualidad, aunque lucía sus elementos decorativos en toda su integridad.
V. EDIFICIOS RELIGIOSOS
La Catedral, corazón del Oviedo histórico, abre este capítulo, del que ocupa una buena parte. La torre, a la que Clarín definió como «poema» romántico de piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne», sobresale en el paisaje urbano como <<Índice de piedra que señalaba el cielo». La Catedral y su entorno resultaron muy afectados por los sucesos revolucionarios de Octubre y por la posterior Guerra Civil, y su reconstrucción se llevó a cabo con algunos ligeros cambios, según se puede apreciar en las postales reproducidas. El rosetón de la nave central tenía un calado distinto y en la torre desapareció el reloj y la Cruz de los Ángeles del segundo piso; hay quien opina, incluso, que la flecha de la torre era más esbelta. El entorno catedralicio también ha experimentado numerosos cambios, no sólo por la ampliación de la plaza de la Catedral o de Alfonso II, llevada a cabo en los años treinta, sino por la desaparición de los edificios que ocupaban el actual espacio del jardín de los Reyes Caudillos, que habían resultado muy dañados en la Guerra.
Otro grupo importante lo constituyen las postales de los edificios prerrománicos de Santullano y el Naranco. La iglesia de Santullano se reproduce como era antes y después de la restauración llevada a cabo por Fortunato Selgas, que le devolvió el carácter original. Otro tanto ocurre con el palacio de Santa María del Naranco, que tenía diversos añadidos y cuyo interior se había habilitado para el culto. Los monasterios de San Vicente y San Pelayo no sufrieron mayores modificaciones, lo que no es el caso del antiguo monasterio de Santa Clara, totalmente remodelado en los años sesenta; el cambio es particularmente notorio en la fachada que daba al paseo de Santa Clara.
Del resto, lo más apreciable son las modificaciones sufridas por la ermita del Cristo de las Cadenas, de la que se reproduce también la vieja talla del Cristo.
VI. CONSTRUCCIONES CIVILES
Se reúnen en este capítulo algunas de las más notables construcciones que caracterizaban la ciudad de Oviedo en el primer tercio de este siglo, recién construidas unas, con siglos de historia otras. De entonces a acá algunas han desaparecido, otras se mantienen inalteradas y unas cuantas han sufrido reformas que, como se podrá observar, han desvirtuado sensiblemente su aspecto. Siguiendo un orden cronológico, la Foncalada ocupa el primer lugar, al ser la más antigua construcción de carácter público que se conserva en Oviedo, pues se fecha en el reinado de Alfonso III (866-910). Aún sigue en su emplazamiento originario, aun que su entorno se haya degradado sensiblemente. Le sigue en antigüedad el palacio de la Rúa, uno de los pocos edificios que se debió salvar del incendio que asoló Oviedo en la Navidad de 1521 e hizo desaparecer la mayor parte de las construcciones medievales.
Construido a mediados del siglo XVI, el acueducto de Los Pilares abasteció de agua a la ciudad hasta 1875, en que se inauguró la nueva traída. Ya en 1902 se propuso en el Ayuntamiento su derribo que, finalmente, se consumó en 1915, conservándose tan sólo 5 arcos de los 41 de la construcción onginaria. También desapareció la antigua Cárcel, levantada a comienzos del XIX sobre los restos del antiguo castillo y fortaleza, cuyos orígenes remontaban al reinado de Alfonso III. Demolida en 1925, en su lugar se edificó dos años después el edificio de la Telefónica.
De entre los edificios históricos, uno de los que mayores reformas experimentó es el del Ayuntamiento, recrecido con un ático que des compensó el juego de volúmenes y con la torre central totalmente cambiada. La Universidad, los palacios de Camposagrado y Heredia, el antiguo Hospicio o la casa de los Llanes han conservado a grandes líneas su aspecto original, a pesar de las diversas reconstrucciones por las que han pasado a consecuencia de la Guerra o por cambio de destino. Mención aparte merece el monumento a Jovellanos, que aparece en su emplazamiento original, en un lateral de la fachada de La Vicaría del monasterio de San Pelayo, y tenía mayor prestancia que en la actualidad.
El teatro Campoamor inaugura la serie ya de las construcciones contemporáneas, con una postal de fecha muy próxima a su inauguración, en la que se pueden apreciar sus proporciones más clásicas y diversos elementos decorativos, desaparecidos en las sucesivas reformas por las que pasó. El resto de los edificios no sufrió con el paso de los años más cambios que los experimentados por su entorno, ahora más densificado por las nuevas construcciones. La fachada del antiguo Seminario, luego cuartel de Pelayo y ahora Facultad de Humanidades, tenía en sus ventanales del segundo piso un aire neogótico no conservado en la actualidad.
VII. INDUSTRIA Y SERVICIOS
A pesar de la temprana instalación de las Fábricas de Armas de Oviedo y Trubia, no se consolidó Oviedo como ciudad industrial, sino fundamentalmente de servicios, aprovechan do su privilegiada situación geográfica y su designación como capital de la provincia. En este capítulo se ofrece una variada, aunque incompleta, muestra de las actividades económicas desarrolladas en la capital y concejo de Oviedo. Las mencionadas Fábricas de Armas de Oviedo y Trubia son no sólo los más antiguos, sino también los más importantes establecimientos industriales y con ellos se inicia este capítulo, que se completa en el apartado fabril con la de explosivos y productos químicos de El Caleyo, muy modificada en la actualidad, y con una fábrica de sidra de la que aún se conserva el edificio en Colloto.
Las estaciones de los ferrocarriles del Norte (actual de Renfe), Económicos y Vasco Asturiano en Oviedo, junto con las de este último ferrocarril en Las Caldas, Fuso de la Reina Y Trubia, componen este apartado dedicado a los transportes, cuya centralidad en Oviedo benefició notablemente a la ciudad. La imagen ofrecida por este grupo de postales difiere notablemente de la actual, pues a los cambios operados en todo el entorno hay que añadir la desaparición reciente de la estación del Vasco en Oviedo.
Otra imagen totalmente desaparecida es la de los hoteles Covadonga, París e Inglés, aun que del primero se conserva sin apenas cambios externos el edificio, al igual que el del primer hotel París. El hotel Inglés desapareció tras la Guerra y en su lugar se levanta el edificio conocido como el «Termómetro». El mobiliario y decoración interior de estos hoteles son una buena muestra del gusto de la época y buen exponente de su nivel de calidad. Completan el capítulo una imagen del banco Herrero, el edificio del Círculo Mercantil (actual banco Español de Crédito), el antiguo banco de España, que ha sufrido una gran remodelación para su reconversión en sede del Gobierno Regional, y dos publicitarias vistas de la librería Galán, de los años treinta, tras su traslado a nuevo local al haber sido derribadas sus anteriores instalaciones en la calle de la Platería, con las reformas de la plaza de la Catedral.
VIII. ENTORNO RURAL Y ALREDEDORES
El crecimiento de la ciudad en las últimas décadas ha incorporado al casco urbano ba rrios y aldeas entonces lejanas. Tal es el caso del paseo de la Silla del Rey, entonces carretera de Galicia bien distante del centro, la imagen de la carretera de Gijón, los chalés de La Matorra o ese conjunto de casa y hórreo en el camino del Cristo, espacios plenamente integrados hoy en la trama urbana, al igual que el barrio de Santullano, cuya imagen fue total mente trastocada tras la construcción de la autopista A-66.
Las carreteras de Las Caldas y de Las Segadas, ésta con un coche de matrícula 0-432, ofrecen una imagen con una belleza definitivamente perdida, al igual que ese puente de Las Segadas o el rincón de Puntaná, cerca de Trubia. Las Caldas, sin embargo, ha sabido conservar durante todo ese tiempo ese espíritu de tranquilidad, presidido por la sobria y señorial construcción del balneario y hotel, o la romántica vista del reformado castillo de Priorio.
IX. ACONTECER CIUDADANO
Ciertos detalles del diario acontecer ciudadano quedaron plasmados en algunas instantáneas recogidas por la tarjeta postal, bien sea por constituir rasgos característicos de la ciudad o por su carácter excepcional o histórico. Tal es el caso de la postal que inicia este capítulo, correspondiente a las obras de demolición del acueducto de Los Pilares. Característico del primer tercio de siglo era el paseo de Los Alamas, centro de encuentro y lugar siempre concurrido, que aparece en cuatro postales, dos de la primera década de siglo y las otras ya de los años treinta, desaparecidos los álamos que le dieron nombre, durante el entonces tradicional paseo dominical.
Los diversos medios de transporte urbano apa recen reflejados en otro grupo de postales, en las que se puede ver el tranvía de mulas que unía la estación del Norte con la plaza del Ayuntamiento, y el posterior tranvía eléctrico en la calle de Uría. La evolución desde el co che de punto de tracción animal al coche de tracción mecánica se puede seguir a través de los vehículos estacionados en la plaza de La Escandalera. Otras postales nos presentan el paseo de Bombé engalanado para alguna celebración (¿quizás una nueva iluminación del pro pio paseo?), dos momentos festivos en el barrio de Santullano o el juego de los bolos en Las Caldas. El antiguo mercado de ganados de San Lázaro era una estampa habitual entonces, como lo es hoy todavía el mercado de frutas del Fontán. Curiosidades son las dos postales que cierran el capítulo, la una dedica da a la figura del cabo Noval, que forma parte de una serie dedicada a la guerra de Marruecos, y la otra muestra de los frecuentes errores de los editores postales, pues sobre unas vistas de Oviedo aparece una pareja con el traje tradicional maragato.
X. LA CIUDAD DESTRUIDA
Este último capítulo recoge una muestra de 63 postales que ofrecen una completa visión de los destrozos sufridos por la ciudad de Ovie do a consecuencia de la Revolución de Octubre y la Guerra Civil. En su mayor parte corresponden a dos series postales, la una con el título de «Oviedo.- Ciudad Mártir.- 5 al 14 de octubre de 1934», y la otra «Oviedo. Ciudad Mártir, Invicta e Invencible.- 19 julio 1936 al 21 octubre 1937», de clara intencionalidad propagandística, pero que son bien ilustrativas de esa evaluación aproximada que esti ma que los destrozos afectaron a las tres cuartas partes del caserío. Prácticamente ningún edificio notable salió indemne tras estos conflictos civiles, y la sola enumeración de los aquí seleccionados da buena idea de ello.
La Catedral y la Cámara Santa, el palacio arzobispal, el monasterio de San Pelayo, la iglesia de San Tirso, el convento de los dominicos y la iglesia de San Pedro de los Arcos, entre las construcciones eclesiásticas. De las civiles, el teatro Cam poamor, la Universidad, la Audiencia, el Insti tuto de Segunda Enseñanza, el estadio de fútbol, las estaciones del Vasco y del Norte, el Hospital Provincial, la Malatería de San Lázaro y el Matadero, además de la Fábrica de Armas. Diversas calles: San Francisco, Argüelles, Santa Susana, Uría, Fruela, Toreno, Magdalena y Jovellanos; las plazas de Santo Domingo y San Miguel, y el barrio de San Lázaro completan la visión del desastre.
TEXTOS DEL LIBRO ASTURIAS
El presente libro constituye una aproximación en imágenes fotográficas a la Asturias del primer tercio de este siglo. Se reúnen en él algo más de cuatro centenares de tarjetas postales, en las que aparecen villas, lugares, rincones, paisajes, monumentos y costumbres de una Asturias que a lo largo de este siglo ha experimentado considerables cambios. Con poco más de seiscientos mil habitantes, la sociedad de entonces era eminentemente rural, sin más concentraciones urbanas que las de Gijón y Oviedo, los únicos núcleos que superaban los diez mil habitantes en 1900. Tanto Gijón como Oviedo quedan excluidos de este libro, ya que al formar éste parte de una colección en la que ya se dedican sendas monografías a estas dos ciudades, su inclusión aquí sería una mera repetición de imágenes .
La tarjeta postal surgió como · medio postal diferenciado a fines de 1873, y desde la última década del siglo comenzó a ser ilustrada en una de sus caras con diversos motivos, entre los que las imágenes fotográficas, reproducidas por fototipia, pronto llegaron a ser dominantes. Los temas urbanos, paisajísticos, de costumbres , etc. fueron los más tratados en la tarjeta postal, que tenía un potencial propagan dístico y evocador que no pasó desapercibido a los editores. En unos tiempos en los que viajar era un privilegio al alcance de muy pocos, además de exigir una buena dosis de paciencia para salvar las deficiencias de los medios de transporte (a comienzos de siglo, la diligen cia que comunicaba Cangas del Narcea con Oviedo llegaba a tardar hasta 15 horas), las colecciones de tarjetas postales permitían por un módico precio la ensoñación de conocer unos lugares que de otro modo resultaban casi inaccesibles. Así, entre las más antiguas postales figuran imágenes no sólo de las ciudades más importantes, sino también de algunas zonas que contaban con un incipiente desarrollo turístico o algún monumento o conjunto singular. Covadonga y todo su entorno puede constituir, en este sentido, una buena muestra de ello.
Las ciudades más importantes y las villas y lugares más turísticos atrajeron la atención de las grandes editoras nacionales de postales, como pueden ser la fototipia de Hauser y Menet de Madrid o la de J. Thomas de Barcelona, mientras que en los demás casos serán editores regionales, como la librería Escolar de Oviedo, o locales, como la papelería de F. Fernández en Avilés, quienes realicen las tiradas de postales.
Por lo general no suele constar en las postales el nombre del fotógrafo autor de la instantánea, siendo más normal que figure el editor de la misma o bien la empresa de fototipia que llevó a cabo la impresión. Hay, sin embargo, en el conjunto reunido en este libro una porción sustancial de postales en las que aparece el nombre del fotógrafo o se puede suponer la autoría. En algunos casos sólo conocemos su nombre, mientras en otros nos consta se hallaban instalados profesionalmente en distintas villas del Principa do. Entre estos últimos se encuentra Arturo del Fresno y Arroyo (1878-1952), hijo de Ramón del Fresno Cueli, uno de los pioneros de la fotografía profesional en Oviedo, que se asentó en Villaviciosa como fotógrafo a fines del xrx y alternó la actividad fotográfica con un negocio de tejidos, realizando gran cantidad de fotografías hasta poco antes de su muerte (Francisco Crabiffosse Cuesta, «Apuntes para la historia de la fotografía asturiana», en Actas del I Congre so de Historia de la Fotografía Española. Sevilla, 1986).
De Cangas del Narcea era natural Modesto Morodo Díaz (1884-1946), que realizó su aprendizaje en el estudio ovetense de Ramón García Duarte. Insta lado en Cangas a fines de la primera década de este siglo, se especiali zó en retratos de estudio y en la tarjeta postal con temas exclusiva mente cangueses, que imprimía en Mateu, S.A. (Madrid, San Sebastián), además de alguna colaboración gráfica en revistas locales (F. Crabiff osse Cuesta, «Los ojos que os vieron. La fotografía en Cangas del Narcea, 1839-1939», en A/bum de fotografías de un concejo asturiano. Cangas del Narcea 186011939. Cangas del Narcea, 1989). Enrique Gómez Rodríguez tenía estudio en Madrid hacia el cambio de siglo, pero en torno a 1910 se instaló en Luarca, desde donde realizó bastantes series de postales de esta villa y otras del occidente, como Cangas del Narcea. B. Prieto y J. G. Cernuda son dos fotógrafos que firman dos postales sobre Luarca, una impresa por E.J .G. (París Irún) y la otra por Hauser y Menet, de los que ignoramos cualquier otro dato. En Castropol, en la calle Campo, 4, se encontraba E. Murias Jonte, del que se incluyen un par de postales. Nada conoce mos de otro Pr. Pilar, con una postal del río Cubia impresa por Franz Boham’s de Munich.
En Villamayor vivía Modesto Montoto Álvarez (1875-1950), natural de Infiesto, que había realizado su aprendizaje con Julio Peinado en Gijón. Aunque no se dedicaba exclusivamente a la fotografía , realizó una impresionante serie de fotografías de tipo costumbrista de toda Asturias (véase «Modesto Montoto: una visión fotográfica de Asturias, 1900-1925», catálogo de una exposición organizada por el Museo del Pueblo de Asturias de Gijón , 1992), algunas de las cuales fueron publicadas en la revista Asturias de La Habana. Las postales suyas que aquí se reproducen son de Onís y Laviana. De Ribadesella son varias postales de Jesús Delgado, que figura al mismo tiempo como fotógrafo y editor, posiblemente hijo de un Bartolomé Delgado que aparece registrado como fotógrafo en un Anuario Indus trial, Mercantil y Guía Gráfica de Asturias de 1927.
Octavio Bellmunt, médico de profesión, fue también fotógrafo aficionado, además de editor junto con Fermín Canella del Asturias , para el que realizó muy buenas fotografías excelentemente reproducidas en sus propios talleres de fototipia y tipografía, de las que algunas fueron luego reeditadas como postales. Gijonés también era J. García, del que se incluyen dos postales de Covadonga.
Afincados en Oviedo , con sendas librerías, se encuentran Mario Guillaume, de quien suponemos son las postales firmadas con sus iniciales «M. G. Oviedo», todas ellas de la primera década de siglo; y Celestino Collada, que realizó una serie muy amplia de posta les, a juzgar por su numeración, imprimiendo algunas en Huecogra bado Mumbrú de Barcelona.
De fuera de nuestra región son otros fotógrafos, como el famoso Laurent, francés establecido en Madrid desde 1857 hasta 1892, en que se supone falleció. Como suyas aparecen varias fotografías de Covadonga, de las que algunas no pudo realizar él directamente, por obvias razones cronológicas, aunque su empresa de fototipia si guió funcionando tras su muerte. Su archivo fotográfico pasó a poder de J . Lacoste, del que se incluye una postal de la playa de Cuevas del Mar , en Llanes. Numerosas fotografías fueron realizadas por Vi llegas hacia el cambio de siglo (sus postales se fechan entre 1899 y 1902) y editadas por la prestigiosa casa de Hauser y Menet, que posteriormente utilizó algunos de sus negativos en sus propias edicciones de postales.
En Ribadesella tenía una sucursal Julio Gilardi, conocido por el nombre comercial de Los Italianos, cuya sede central estaba en Santander . Suya es una postal de Ribadesella, fechada en 1913 . De Madrid es un fotógrafo, Ernesto, que trabajó en la primera década de este siglo. Por último, el barcelonés Luciano Roisin realizó fotografías de Llanes, Covadonga, Candás y Avilés entre 1920-1930,e imprimió, seguramente de su fondo fotográfico, para otros editores , postales de Mieres, Salinas y Avilés.
No obstante, la gran empresa fototípica por excelencia es la de Hauser y Menet, fundada en Madrid en 1890 por los suizos Adolfo Menet Kursteiner y Osear Hauser Mller, que dos años después comienzan la edición de tarjetas postales ilustradas. Su producción fue en aumento , alcanzando en 1902 la cifra de medio millón de ejempla res mensuales.
Los mismos Hauser y Menet y algunos colaboradores muy próximos realizaban la mayor parte de las fotografías, aunque también utilizaron en ocasiones negativos de otros profesionales. En el caso asturiano, nos consta aprovecharon las de Villegas, como antes mencionamos. La primera postal de Asturias de Hauser y Menet fue una vista del puerto de Gijón, datada en 1897, reeditada en los años siguientes (véase, Martín Carrasco Marqués, Catálogo de las primeras Tarjetas Postales de España. Impresas p or Hauser y Menet, 1892-1905 . Madrid, 1992). Entre 1902 y 1904 lanzaron al mercado varias vistas de Gijón y Oviedo, y también de Covadonga, Cangas de Onís, Avilés, San Esteban de Pravia y Pajares, todas ellas con un alto nivel fotográfico y calidad de impresión, que fueron incluidas en su serie general numerada de toda España, que llegó hasta el 2.078.
Además de estas postales de la serie general, Hauser y Menet editó posteriormente otras postales y, sobre todo, imprimió gran cantidad de ellas para otros editores como la Librería Escolar de Oviedo, Serafín Ruiz de Ribadesella, La Reguladora Moderna de Salinas, Hulleras de Turón y otros, y fotógrafos como Villegas, Gó mez de Luarca o Murias Jonte de Castropol. Gran actividad postal llevó a cabo también la fototipia Thomas de Barcelona. J. Thomas, fotógrafo y grabador, realizó, al igual que Hauser y Menet, amplias series de toda España. De Asturias incluyó, entre las aquí publicadas, a Covadonga, Cangas de Onís, Langreo, Avilés, Salinas y Navia, fechables hacia la segunda mitad de siglo, pero imprimió otras mu chas más para editores locales, como la librería de Sabino Pesquera de Llanes o la imprenta Fernández de San Esteban de Pravia.
Además de las citadas, son reseñables las postales de «E.J.G.», con sede en París e Irún, que editó sus propias series entre 1905-1915, e imprimió para otros editores. La librería General de Santander, editora de unas postales coloreadas por cromolitografía en la casa Purger de Munich en la primera década de siglo. Coloreadas, pero de menor calidad, eran también las de Artes Gráficas de Gijón, con dos postales de Villaviciosa y Pola de Lena fechables hacia 1905. Castañeira, Alvarez y Levenfeld de Madrid, Mumbrú de Barcelona y Grafos de Madrid, activas entre 1915, aproximadamente, y 1930. A nivel local se mueven un gran número de editores, entre los que dominan los establecimientos comerciales, sobre todo librerías y papelerías, como son las de Sabino Pesquera y Manuel Tamés en Llanes, Ciriaco Tamargo en Infiesto, F. Fernández, Viuda de Indale cio García y La Esperanza en Avilés, Varela en Pravia o los bazares La Moda de Cangas de Onís y Palentino de Sama. Completan esta nómina la imprenta de Ramiro Pérez del Río de Luarca, editora de postales de esta villa, impresas en sus propias prensas, y la impren ta de Pueyo y Fernández de San Esteban de Pravia, que realizaban la fototipia en Thomas.
Hemos agrupado las postales por zonas geográficas, aunque la distinta disponibilidad del material gráfico impone que la reunión sea en unos casos más coherente que en otros. La posterior disposición en capítulos sigue una dirección aproximada de este a oeste, rematan do el libro con uno heterogéneo dedicado al tema costumbrista. Covadonga cuenta con un capítulo aparte de Cangas de Onís como una concesión a su relevancia histórica y cultural y por el gran número de postales a ella dedicadas. También Avilés se ofrece en un capítulo independiente, en razón de ser, excluidas Oviedo y Gijón, la villa más poblada de Asturias en ese primer tercio de siglo. El tamaño original de las postales se mueve entre los 13 ó 14 cm. de ancho por 8 ó 9 de ancho, aunque el motivo fotográfico no ocupa la totalidad de este espacio en las postales más antiguas, como se puede ver en la de Laurent reproducida en el capítulo de «Costumbres y, tradiciones», cuyo anverso tiene un amplio espacio en blanco para el mensaje, mientras el reverso se reservaba exclusivamente para la dirección. La reproducción se ha uniformado a 8 por 13 cm., si bien en algunos casos se han ampliado a tamaños algo mayores.
Al igual que en los ya citados libros dedicados a Oviedo y Gijón, la colección de postales que sirve de base a los mismos ha sido diligente y pacientemente reunida por Octavio Vinck Díaz, a quien, una vez más, manifestamos desde estas líneas nuestro agradecimiento como coautor necesario e imprescindible de éste y los otros libros de esta serie dedicada a la imagen de Asturias en la tarjeta postal.
I . EL ORIENTE COSTERO: LLANES Y RIBADESELLA
La moda del veraneo playero, desarrollada por la burguesía en la segunda mitad del siglo pasado, convirtió a Llanes y Ribadesella en dos de las villas asturianas con mayor proyección turística. María Josefa Argüelles, hija del primer marqués de Argüelles y heredera del título, fue gran animadora cultural y pro motora de ambas localidades. Llanes, donde construyó un palacete en 1895, fue su primera residencia estival, que trasladó en la segunda década de este siglo a Ribadesella. En los dos centros veraniegos, la marquesa de Argüelles llevó a cabo una intensa vida social, construyendo incluso algunas viviendas para alquiler veraniego, y contribuyendo decisivamente en el desarrollo turístico de ambos núcleos.
Llanes, auténtica capital administrativa y comercial del extremo costero oriental, unía a su incomparable marco natural una notable riqueza artística. El viejo núcleo urbano, en parte rodeado por las murallas medievales, se asien ta sobre una rasa en la margen izquierda del río Carrocedo, mientras en la otra orilla se encuentra lo que había sido un barrio de artesanos y pescadores.
Las carreteras de Oviedo y Santander fueron el eje de crecimiento de la villa desde mediados del siglo pasado, síendo sus márgenes el espacio elegido por los indianos para levantar sus llamativos palacetes. El puerto es de reducidas dimensiones, con una estrecha boca abierta entre la Punta del Caballo y la de San Antonio, y su reforma se reclamaba ya en el siglo pasado, pues apenas servía para dar cobijo a un reducido número de pequeñas embarcaciones dedicadas a la pesca artesanal. La emigración a Cuba o Méjico era la única «industria» con que contaba Llanes a comienzos de siglo y la más importante fuente de riqueza de todo el concejo, al punto que según afirmaba en 1895 José Saro y Rojas, redactor del capítulo de «Llanes» para el As turias de Bellmunt y Canella, apenas se ven jóvenes de 15 a 25 años.
Ribadesella extiende su caserío entre el cueto de La Atalaya y la ría del Sella, cuya amplitud permitió la construcción de un puerto que gozó de gran actividad hasta mediados de este siglo,
En 1875 se trazó un puente de hierro para unir el núcleo urbano con el arenal del otro lado de fa ría, comunicación que hasta entonces se realizaba por medio de una barca. La playa de Santa Marina, nombre que recibe de una antigua capilla, con un kilómetro aproximado de longitud y limpias arenas, atrajo la instalación de numerosos clalés, además de la correspondiente casa de baños, ya desaparecida, convirtiendo el Arenal en una floreciente colonia de veraneantes a partir de los años veinte. En la villa, el viejo núcleo articulado en torno a la anteriormente llamada calle Mayor.
II. EL ORIENTE INTERIOR: CABRALES, ONIS, CANGAS DE ONIS Y PONGA
Este capítulo describe un recorrido en imá genes por la zona de Asturias más accidentada, donde la casi totalidad de su territorio está ocupada por montañas, en las que turbulentos ríos cortaron profundos tajos. Cabrales es un concejo dominado por las altas cumbres, cu yas condiciones de hábitat son muy duras y han determinado la actividad ganadera de sus habitantes. Sus pueblos, salvo los asentados en la estrecha vega del Cares, se dispersan en pequeños rellanos entre montañas, con un acceso tan difícil que ha contribuido a la conserva ción de su carácter durante siglos, ajenos a los cambios de otras zonas.
Onís es otro concejo montañoso, que concentra en el valle del Güeña sus pueblos más poblados, con Benia como capital. Cangas de Onís, asiento de la primera corte de la monarquía asturiana, está emplazado en la confluencia de los ríos Sella Y Güeña, y constituye un centro de enlace y comunicación de este oriente montañoso con el resto de Asturias. Su pasado histórico, unido a su proximidad a los Picos de Europa Y Covadonga, además de sus propios valores paisajísticos, han convertido a Cangas de Onís en uno de los centros turísticos de más relieve del Principado. La tarjeta postal da buen testimonio de ese interés, pues no sólo las editoras locales le han hecho tema de sus ilustraciones, sino las grandes empresas nacionales y hasta extranjeras. El viejo puente sobre el Sella, de fábrica bajomedieval (ss. XIV-XV), ha sido tan tas veces reproducido que se ha llegado a convertir por sí sólo en elemento identificador de esta zona y hasta de Asturias. La misma ciudad de Cangas, la antigua ermita de Santa Cruz y el impresionante monasterio de San Pedro de Villanueva son los otros temas que completan el panorama gráfico recogido en la tarjeta postal de esta zona.
Fueron, sin embargo, el imponente macizo montañoso de los Picos de Europa y la trascendencia histórica, política y religiosa de Covadonga, los dos principales reclamos de la atención sobre el oriente interior asturiano. A mediados del XIX se inició et interés por los Picos de Europa en una doble vertiente, como objeto de estudio naturalístico y como sujeto del
iII. COVADONGA
La imagen del santuario de Covadonga es, sin duda, la más conocida y difundida desde antiguo del Principado de Asturias. Desde el siglo XVI han circulado estampas devotas que reproducían a la Virgen y su iglesia, de estructura de madera, colgada en el aire a la altura de la Cueva y rodeada por la cascada del río Deva. El incendio ocasionado en la madrugada del 17 de octubre de 1777 consumió por entero la iglesia y la primitiva imagen románica de la Virgen. Dada la relevancia histórica y la significación política y religiosa del santuario, Carlos III comisionó al gran arquitecto Ventura Rodríguez para que diseñara las trazas de un nuevo templo acorde con la importancia y grandiosidad del lugar. Las obras su frieron diversos avatares hasta su definitiva suspensión en 1792, con el resultado único de la canalización de las aguas que brotaban de la roca junto a la Cueva y un gran basamento a los pies de la misma .
La idea del gran templo neoclásico propuesto por Ventura Rodríguez nunca había convencido a los canónigos de Covadonga, más partidarios de la construcción de una iglesia colgada en el aire, en el mismo lugar que ocupara la antigua.
En tiempos del obispado de Sanz y Forés (1868-1881), se retoman las obras de Covadonga, contando el prelado ovetense con la colaboración artística de Roberto Frassine lli. Se construye entonces (1874) en la gruta un Camarín, de madera sobredorada y un esti lo que concilia elementos del . arte asturiano y románico, en el que se emplaza la imagen de la Virgen, donada por la Catedral de Oviedo en 1778. Se proyecta también una gran basílica que debía levantarse en la colina conocida como El Cuetu, comenzando en 1877 las obras de la cripta. Sin embargo, al hacerse cargo de la diócesis el asturiano Martínez Vigil, se desechó el proyecto de Frassinelli, que había planteado serios problemas técnicos y se encargó la obra al arquitecto Federico Aparici, que construyó la Basílica actual, de estética historicista, que recuerda algunas catedrales románicas de la Normandía francesa. Consagrada en 1901, el resultado fue singularmente brillante, proporcionando la definitiva imagen que de Covadonga tienen todos los asturianos.
Resulta, sin embargo, sorprendente comprobar los cambios experimentados en el conjunto constructivo de Covadonga a lo largo de este siglo, a pesar de haber adquirido con la terminación de la Basílica en 1901 una disposición muy similar a la actualmente conocida. Los daños sufridos por el Camarín durante la Guerra Civil dieron pie para su sustitución y proceder a una nueva reordenación de la gruta. Quizás entonces se retiraron, sino habían desaparecido antes, las dos estatuas de Pelayo y Alfonso I que se encontraban a ambos lados de la escalera de acceso a la Cueva, en su tramo final. La rehabilitación de la colegiata de San Fernando, las nuevas construcciones en el paseo de los Canónigos y otras obras de reforma y restaura ción emprendidas para adecuar el lugar a las demandas de un turismo que ha ido en aumento y que con el paso del tiempo, terminaron de dar el aspecto actual al santuario.
Su imagen anterior se recupera ahora en esta selección de postales. Covadonga ha sido uno de los lugares de Asturias más reproducido en la tarjeta postal, formando parte prácticamente de todas las grandes series editadas por las más importantes empresas postales. Las aquí reproducidos son tan sólo una muestra entre cientos de tarjetas impresas ya desde los primeros tiempos de la postal. Completan la visión la estación del tranvía de vapor que, desde 1908 a 1936, enlazaba Arriondas con Covadonga; La Riera, la carre tera a los lagos, el de Enol y algunas vistas de las montañas circundantes.
IV. CENTRO ORIENTE: COLUNGA , PARRES , PILOÑA Y VILLAVICIOSA
Veintisiete postales integran este capítulo, en el que la mayoría corresponden a Villaviciosa. Colunga está representado por una vista de la entrada a la villa capital y otra del pueblo y puerto de Lastres, emplazados al pie de la Punta Misiera. Del concejo de Parres figura su capital, Arriondas, que asentada a la orilla de los ríos Sella y Piloña presentaba un aspecto muy similar al que tuvo hasta hace poco tiempo, en que la construcción de nuevas vías de comunicación han al erado radicalmente el entorno. La cumbre de El Fito, con sus 503 metros de altitud y su proximidad al mar , era un excelente observatorio de la costa y la montaña, en el que en 1927 se levantó un mirador por iniciativa, entre otros, de Antonio Pérez Pirnentel, autor de la famosa guía Asturias, paraíso del turista (Covadonga, 1925). El desaparecido puente de Triana, sobre el Piloña, compone una imagen habitual y repetida de Infiesto a comienzos de siglo.
Villaviciosa, importante villa agrícola, capital manzanera y sidrera, e importante mercado de la comarca, está ampliamente representada, sobre todo con postales del fotógrafo Arturo del Fresno. No ha perdido todavía el sabor que tienen estas viejas vistas, pues Villaviciosa es una de las villas asturianas que mejor ha sabido conservar su patrimonio arquitectónico. Desaparecidos fueron, sin embargo, las imágenes del Nazareno y la Dolorosa, esta última obra del escultor José María López, que pertenecían a la parroquial de Santa María de la Oliva, y los dos pasos de Semana Santa, celebración religiosa que aún goza en Villaviciosa de gran acogida popular.
La flota de la Fábrica de «El Gaitero» (fundada en 1897) nos retrotrae a otros tiempos, corno la imagen de la concha de Tazones desnuda de toda construcción protectora para las embarcaciones, tan tradicionales en este pueblo pesquero.
El formidable conjunto de Valdediós cierra este capítulo. Son postales editadas, seguramente, por el colegio seminario allí instalado, con ánimo más publicitario y no de dar a conocer las maravillas arquitectónicas del antiguo monasterio cisterciense.
V. LA CUENCA CENTRAL: LANGREO, MIERES Y LENA
Langreo y Mieres eran en el primer tercio de este siglo dos activos centros mineros e industriales, que aún mantuvieron su pujanza económica hasta los años sesenta. Fue precisamente su carácter industrial, con una población en rápido desarrollo, lo que hizo de estos núcleos centro de atención de los editores de postales, ya que no otros valores artísticos o paisajísticos, seriamente dañados estos últimos en aras de la industrialización. La fototipia Thomas es la editora de todas las postales de Langreo, centradas en los núcleos urbanos de Sama y Ciaño, y fechables hacia finales de la segunda década del siglo.
En Mieres, además de la propia villa, contamos con algunas vistas de las instalaciones mineras del grupo Mariana, próximo al casco urbano, y la siderurgia de Fábrica de Mieres. Las de Mario Guillaume (M. G.) son fotos de la primera década de siglo, mientras las de Roisin, editadas curiosamente por el Bazar Palentino de Sama de Langreo, son ya de la década de los veinte.
La empresa minera Hulleras del Turón es la editora de un grupo de postales de este valle, absolutamente dominado por las construcciones levantadas en torno a los pozos mineros, entre las que se cuentan las «casas baratas» para obreros o la misma casa del pueblo.
El puerto de Pajares, cuyo paso por carretera o por ferrocarril siempre fue impresionante, es el tema central de otro importante grupo de postales. Principal vía de comunicación con la Meseta, estaba sometida a los rigores del invierno que interrumpía el tránsito con gran frecuencia. La estampa del ferrocarril circulando por el viaducto de Parana es una notable instantánea de Mario Guillaume
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VI. LA COSTA CENTRAL: GOZON, CARRENO Y CASTRILLON
Luanco y Candás, capitales de los concejos de Gozón y Carreña, fueron a lo largo de siglos villas de eminente dedicación pesquera, reconvertidas en los últimos ochenta años en im portantes centros veraniegos, dada su proximidad al área central de la región. La moda burguesa del veraneo playero llegó primero a Luanco, con los primeros años de este siglo, mientras Candás mantuvo hasta décadas más recientes su vocación marinera. El auge constructivo de los últimos tiempos ha alterado sustancialmente la fisonomía de ambas villas, que pueden contemplarse en las postales reunidas con un aspecto muy distinto. La amplia panorámica de Luanco, tomada de una postal triple, nos presenta la antigua zona de baños en La Rivera, con la característica construcción de un balneario sobre la misma playa; completan la visión el entorno del viejo muelle con sus barcazas de vela y la iglesia, avanzada del pueblo hacia el mar, con su airosa torre.
Candás muestra un caserío muy uniforme, adaptado a los desniveles de las laderas de los cerros de San Antonio y San Sebastián, hasta alcanzar el nivel del mar en la pequeña concha donde se asienta el muelle. Las viejas lanchas marineras aparecen en otra de las vistas, que nos ofrece el pueblo visto desde el mar. Otras dos postales nos devuelven la imagen del venerado y famoso Cristo de Candás, desaparecido como otras tantas joyas artísticas en los luctuosos sucesos de la Guerra Civil.
Salinas era una pequeña aldea del concejo de Castrillón, en el extremo occidental de la playa del Espartal, a la que se incorporaron las construcciones para obreros y empleados de la Real Compañía Asturiana de Minas, que explotaba las minas de carbón de Arnao. A finales del siglo XIX, la Universidad de Oviedo eligió Salinas como sede de unas colonias veraniegas, al tiempo que se va formando una pequeña colonia de chalés y villas pertenecientes a miembros de la burguesía avilesina. A comienzos de siglo contaba con algunas fondas y cafés y un balneario en la playa, origen del posterior club Náutico, entre cuyos objetivos se hallaba el atraer a la playa de Salinas el mayor número de veraneantes y fomentar la afición a los deportes náuticos. A partir de entonces, Salinas se convirtió en uno de los centros veraniegos más importante de la zona central, creciendo ampliamente su caserío.
Desde 1903 un tranvía de vapor enlazaba Salinas con Avilés, villa a la que siempre estuvo muy ligada, y a partir de 1921 la comunicación corrió a cargo del tranvía eléctrico.
VII. AVILES
Asentado en la orilla izquierda de la ría, Avilés fue durante siglos el más importante puerto de Asturias y su villa una de las más activas y pobladas. A lo largo del siglo XIX, aunque participó en el comercio con América y embarcó a numerosos emigrantes hacia aquellas tierras, Avilés no se desarrolló al ritmo que se producían en el resto del área central las transformaciones económicas impulsadas por la minería del carbón y la siderurgia. Hasta 1894, fecha de la apertura de la dársena de Juan de Nieva, Avilés no se incorpora al tráfico carbonero, mientras que la industria se mantiene a un nivel bastante inferior, con la excepción de la metalurgia de la Real Compañía Asturiana de Minas o la instalación en 1898, en Villalegre, de la azucarera «Avilés Industrial».
De su pasado histórico, Avilés ha conservado un notable conjunto arquitectónico en el que se han ido injertando las nuevas construcciones de fines del XIX y comienzos del XX, sin destruir el legado anterior. La gran expansión subsiguiente a la instalación de Ensidesa a fines de los cincuenta se hizo fuera del viejo núcleo urbano, salvaguardando así este interesante patrimonio.
El conjunto de postales aquí reunidas se divide entre el núcleo de la villa, con sus notables conjuntos e individualidades constructivas, y la ría y su entorno, junto con la dársena de San Juan de Nieva. De la villa se destaca la plaza Mayor, presidida por el edificio del Ayuntamiento y los palacios de Ferrera y Llano Ponte, que conserva, a pesar de algunas reformas, un aspecto muy similar al actual, conferido por sus edificios soportalados.
Entre las calles destacan la de la Cámara, enlace del viejo núcleo urbano con el barrio marinero de Sabugo, principal asentamiento de la burguesía y arteria comercial, y las de San Francisco, Emile Robín o de La Muralla, donde se encuentran las modernas construcciones de los estilos modernista y ecléctico, fundamentalmente, además de la tradicional calle de Galiana. El palacio de Camposagrado, junto con las iglesias de San Nicolás de Bari y San Francisco, forman parte del legado arquitectónico de la villa, al que se incorpora en este siglo la nueva iglesia de Sabugo y el teatro de Palacio Valdés. Son de destacar las dos postales del Jesús de Galiana, de un fotógrafo local, Alonso, habida cuenta de la desaparición de la imagen.
Completan la visión de este Avilés del primer tercio de siglo, el parque del Muelle y el entorno de la ría, que menos agobiada entonces por las construcciones de sus orillas tiene un aspecto más impresionante.
Finalmente, las instalaciones portuarias de San Juan de Nieva, a la entrada de la ría, área todavía no afectada por las grandes transformaciones actuales.
VIII. EL BAJO NALON: PRAVIA, SOTO DEL BARCO MUROS DEL NALON Y CUDILLERO
La belleza paisajística de la comarca del bajo Nalón, unido a la importancia del puerto de San Esteban de Pravia, convirtieron esta zona en tema frecuente de la ilustración postal. Ya anteriormente había sido objeto de atención pictórica, pues en los veranos de 1884 a 1890, se había instalado en Muros del Nalón una colonia artística bajo el magisterio del pintor Casto Plasencia, que había descubierto el lugar invitado por su discípulo Tomás García Sampedro, natural de Somao y con estudio pictórico en La Pumariega. Miembros destacados de la colonia de Muros fueron, además de los citados, José Robles, que incluso vivió allí entre 1894 y 1909, Tomás Campuzano, Alfredo Perea, Cecilio Pla y Agustín Lhardy.
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Las condiciones naturales de San Esteban de Pravia, situada en la margen izquierda de la desembocadura del Nalón, habían sido destacadas ya a mediados del siglo XIX, datando de 1868 los primeros estudios para la construcción de un puerto. Sin embargo, las obras definitivas no se emprenderán hasta veinte años después, rematándose en 1908.
Para entonces, el descontento de algunas empresas mineras con el servicio del Ferrocarril del Norte y las labores de carga en el colapsado muelle de Gijón, incrementaron las expectativas económicas de San Esteban, a donde llegó en 1906 un ramal del Ferrocarril Vasco-Asturiano con el mineral de las cuencas del Aller y del Caudal.
Se inició así un brillante periodo de actividad portuaria, cerrado a finales de los cincuenta por la colmatación de la ría y el desfase de sus instalaciones ante las nuevas necesidades de la navegación. Al otro lado de la ría se hallaba San Juan de la Arena, que conoció por las mismas fechas una notable actividad pesquera, complementada con una importante industria conservera. Al margen de la actividad portuaria y pesquera, los tres concejos de Pravia, Soto del Barco y Muros del Nalón tenían su principal ocupación en la agricultura y la ganadería, sin más industria que la azucarera fundada en Pravia en 1900 y alguna otra instalación relacionada con la rama alimentaria.
La inmigración a América fue la válvula de escape de sus excedentes poblacionales, revirtiendo algunos de los capitales amasados al otro lado del Atlántico en la construcción de lujosas villas y en la urbanización de lo que hasta entonces ha bían sido modestas aldeas rurales.
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Completan este capítulo varias postales de Cudillero, pueblo de larga tradición pesquera, con alguna industria conservera y de salazón• que muestra su peculiar caserío volcado sobre el muelle.
En sus proximidades, El Pito acoge la soberbia construcción del palacio de los Selgas, la iglesia y las escuelas, ejemplar obra de carácter benéfico debida a su patrocinio.
IX. DEL CENTRO AL OCCIDENTE INTERIOR: GRADO , PROAZA , TEBERGA , SALAS, SOMIEDO
CANGAS DEL NARCEA Y TINEO
Con desigual representación, se agrupan en este capítulo un conjunto de postales ilustrativas de algunos de los aspectos más llamativos de esta amplia zona interior de Asturias. Can gas del Narcea es la más representada, al haber contado con un fotógrafo local, Modesto Morodo, que realizó amplias series de postales con variada muestra de motivos de su villa natal.
Ese viaje gráfico hacia el interior se inicia en Grado, con una posterior incursión hacia el valle del Trubia, que tiene en el desfiladero de Peñas Juntas una de las bellezas naturales más sobresalientes de Asturias. Cuatro posta les muestran la evolución de este paraje, primero horadado por las vías del ferrocarril minero de Trubia a Quirós, y luego por la carretera.
Salas constituye otra parada en esa incursión hacia el occidente, mostrando parte de su singular patrimonio arquitectónico, recuerdo de la poderosa familia de los Valdés. De aquí un nuevo salto al interior montañoso para presentar cuatro espectaculares vistas del con cejo de Somiedo, con sus características viviendas cubiertas de «teito».
Finalmente, Cangas del Narcea aparece en este conjunto de postales tal como era a mediados de la segunda década de este siglo, con fotografías del citado Morodo y del fotógrafo Enrique Gómez, afincado en Luarca. De comienzos de siglo son la vista general de Corias, la feria en Vallao y un paisaje del río Narcea, todas de Villegas. De finales del XIX es la foto del puente de Corias de Octavio Bellmunt.
Finalmente, Tineo aparece representado por el monasterio de Obona, postal que formaba parte de una amplia serie realizada por el ovetense Callada de los más destacados monumentos artísticos de la región.
X. EL OCCIDENTE COSTERO: LUARCA , NAVIA , VEGADEO Y CASTROPOL
Una veintena de postales componen este capítulo sobre el occidente costero, en el que la mitad están dedicadas a Luarca. La singularidad de su caserío dispuesto en pendiente sobre el puerto y atravesado por el río Negro compone una bella imagen, que no pasó desapercibida a los fotógrafos y editores de postales. La capital del concejo de Valdés contaba, además, con el fotógrafo Enrique Gómez, editor de la mayor parte de ellas, y con otros más desconocidos para nosotros, como J. G. Cernuda, de comienzos de siglo, o B. Prieto, de la segunda década de siglo. Ninguna consta como impresa en los talleres de Ramiro Pérez del Río, importante empresa tipográfica fundada ya en 1857, que imprimió numerosas postales y es la editora de algunas de las aquí reproducidas de la vecina villa de Navia.
La villa de Navia, que toma su nombre del río a cuya vera se asienta, hidronímico de origen prerromano, es la más industrial de todas las del occidente costero, aunque también conserva la tradicional ocupación agrícola y ganadera. Se incluyen cuatro vistas generales del pueblo, desde diversos emplazamientos, y una imagen de la calle de Reguera!, en la misma carretera general sobre la que se expandió la parte más moderna de la villa, tras la construcción del puente de hierro sobre la ría en 1868.
Completan este recorrido por el occidente dos postales de Vegadeo, hasta hace poco paso obligado en la comunicación con Galicia; y otras tres de Castropol, villa a la que la ría del Eo, límite con Galicia, proporciona un marco in comparable.
XI. COSTUMBRES Y TRADICIONES
Un total de cuarenta y seis postales, exponentes de diversas facetas del acervo cultural asturiano, componen este capítulo. De gran interés son el grupo que lo inicia, fechables entre 1905 y 1910, en las que con el complemento de un breve texto en bable se escenifican algunas de las supersticiones entonces más arraigadas, como la creencia en brujas y curanderos, en el mal del filu y el mal del güeyu, y en diversos remedios curanderiles; las otras com ponen estampas de la picaresca en la vendedora de leche o parodian el cortejo de la moza.
La gaita y el gaitero forman parte importante del folklore musical asturiano, como expresa el verso de Bernardo Acevedo que se recoge al pie de una de las postales. Igualmente la danza, aquí representada por la visión que de la danza prima nos dio el pintor Juan Martínez Abades a finales del siglo pasado.
Fiestas y romerías alegraban el discurrir monótono de la vida cotidiana en la Asturias de tiempos pasados, celebraciones que en muchos casos iban asociados a una previa ceremonia religiosa seguida de la correspondiente procesión. Cuatro postales recrean este tema, en Pola de Siero y otros lugares que no logramos identificar.
Otro grupo de postales dan cuenta del vestir de principios de siglo y muestran algunas escenas de la vida tradicional. Un cierto aire zarzuelero tienen las tres postales editadas por la librería Escolar, bajo el título de «costumbres asturianas», que debían formar parte de una serie más amplia. Completan el capítulo algunos rincones rurales, en los que el hórreo ocupa un lugar destacado, un grupo de campesinos camino del mercado y el tradicional juego de bolos.